La verdad invisible del campesinado en Cuba

 “Antes, si ponías empeño y sacrificio vivías perfectamente con lo que fueras capaz de sembrar…, ahora, aunque trabajes como un esclavo, pa’ sacarle ganancias a una cosecha tienes que ser mago”

“Se ve muy lindo y parece fácil, aunque la vida del campesino es dura donde quiera que te pares”, dijo de repente al verme fotografiar su sembrado.  “Pero coño…, a los guajiros cubanos nos tocó la peor suerte”.  Al parecer vio en mi rostro algún gesto de asombro y continuó. “Aparéese a la cerca, allí bajo esa mata y de seguro que acaba por entenderme”.

Así  fue como abrí los ojos a una nueva verdad, que aunque a la vista de todos, no todos logramos ver. Venancio Góngora Téllez, nació en plena montaña Guisera de la Sierra Maestra. Sus setenta y tres años al servicio de la tierra le han convertido en un respetado conocedor del asunto.

“Antes, si ponías empeño y sacrificio vivías perfectamente con lo que fueras capaz de sembrar…, ahora, aunque trabajes como un esclavo, pa’ sacarle ganancias a una cosecha tienes que ser mago”.

“Aparte de que hay que lidiar con el clima, la sequia o el fango, las plagas, los ladrones, la falta de ropa, recursos e instrumentos de trabajo y cuidar las bestias; también nos toca lidiar con la burocracia, el incumplimiento, la desconsideración y las imposiciones del Gobierno”. “Porque una cosa son los papeles (reglamentaciones) y otra muy diferente es la realidad”, agrega.

Teóricamente, los campesinos deben convenir y vender una parte considerable de su cosecha al Estado, a precios irrisorios comparados a los de la venta final. A cambio de su tributo el Gobierno se compromete a facilitarle un “Paquete Tecnológico” para garantizar la producción, que incluye semillas de calidad, combustible, productos de fumigación y fertilización, garantías de riego, equipos de roturación, arado y maquinaria cosechadora, entre otros. Como opción adicional ofrecen el aseguramiento de la cosecha. El resto de la cosecha debe quedar a disposición de su productor, pero su venta a particulares y cuentapropistas también está sujeta a regulaciones.

“Ellos (comercializadores estatales) vienen y te contratan la cosecha y te prometen el paquete, pero todo es una mentira, tenemos que guapear fuerte pa’ que lo autoricen y, aun así, no existe ninguna garantía de que te faciliten nada, seguimos como los indígenas, arando con bueyes ajenos, sembrando lo que aparece y cosechando a mano. La semilla la tenemos que resolver nosotros o comprarla en el mercado negro y si la cosecha sufre afectaciones, casi nunca puedes contar con el pago del seguro y pedir un crédito al banco es endeudarse de por vida”.

“Aquí pa’ cultivar hay que alquilar los bueyes o tractores, comprar combustible, pagar jornaleros, garantizarles merienda y almuerzo, buscarle los medios de trabajo, alquilar mochilas y comprar los químicos (de fumigación), entre otros gastos. También están los ladrones, no solo te roban la cosecha y los animales…, se lo llevan todo…, lo que sea…. y si se llevan los bueyes y las bestias, aunque no sea tu culpa y salgas perdiendo el animal, de todas formas tienes que pagárselo al Estado”.

“Ah…, y de lo que te toca de la cosecha, cuidadito con venderla a particulares o cuentapropistas, porque te pueden acusar de enriquecimiento ilícito y decomisar el resto y hasta las tierras y propiedades si eres un usufructuario. Hasta una causa judicial te pueden meter por la cabeza”, agrega.

Actualmente muy pocos campesinos cuentan siquiera con una yunta de bueyes propia. Sus ganancias, mermadas por los elevados precios, apenas cubren sus necesidades propias y la preparación de la nueva cosecha.  Adquirir un simple tractor, pasó de añorado sueño a locura inalcanzable.

Pero las dificultades no acaban con la cosecha, trasladar la cosecha hasta su sitio de almacenamiento se puede convertir en una odisea.  Sin posibilidades de adquirir transporte propio, deben arrendar a precios exorbitantes y lidiar con caminos de tierra en ocasiones intransitables por el lodo y el abandono. “y no puedes dejarla en el campo porque te la roban o se te echa a perder esperando porque el Estado recoja su parte”.

“Por eso en estos tiempos ya nadie quiere sembrar…, ni los propios hijos nuestros que a la larga son los que van a heredar las tierras”, se lamenta el guajiro, mientras estruja el sudado sombrero de yarey. “La desmotivación por el trabajo agrícola, está propiciando la despoblación de los montes.

“Pero espere pa’ que se lleve una mano de plátanos y unas yucas”. Iba a intentar replicarle pero nuevamente sus palabras me enmudecieron, “después de esto, usted seguro que los va a valorar más que los que hasta ahora las han disfrutado”.

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