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Como en otros países, la llegada de la pandemia del Covid-19 a Cuba no solo produjo impactos en materia de salud, también trajo consigo el empeoramiento de varias de las problemáticas ya existentes. En el caso cubano, la crisis sanitaria, sumada a los preexistentes problemas económicos del país, desataron una crisis de escasez de alimentos y productos de primera necesidad. Este no es problema imprevisto, entre 2011 y 2016 la inversión estatal en agricultura correspondía a un quinto de lo invertido en turismo, no obstante ha sido especialmente grave que el desabastecimiento haya llegado en medio de una pandemia que pone en riesgo la salud y los ingresos de las personas en la isla.
En plena pandemia y afrontando el desabastecimiento de alimentos, quienes se encargan del cultivo de la tierra, los guajiros, enfrentan el reto de producir alimentos sin la maquinaria necesaria para su cultivo, y en muchos casos, incluso sin animales que puedan sustituir esa función. Si logran superar esta primera barrera, deben someterse a las restricciones del régimen cubano frente a la venta de los productos que cultivan: reservar parte de la producción para vendérsela a Acopio, la institución estatal encargada, a precios más bajos que los del mercado. Si desconocen este mandato, los campesinos se arriesgan a recibir sanciones administrativas y penales que
incluyen la expropiación de sus tierras.
El panorama para quienes buscan los productos de primera necesidad en las tiendas no es mejor. Como medida para paliar la crisis el gobierno de Díaz-Canel ha permitido que algunas tiendas empiecen a vender en “Moneda Libremente Convertible” – MCL, con el fin de que se pudiera acceder a productos pagando con monedas extranjeras. Sin embargo, esta medida está lejos de ser una solución, ni las tiendas en CUP ni las tiendas en MCL han dado abasto para la demanda de productos básicos, ha generado profundas desigualdades entre los pocos que tienen el privilegio de acceder a remesas desde el extranjero y los que no, ya que solo los primeros tienen
acceso a los comercios en MCL.
Ante la crisis, hombres y mujeres cubanas han tenido que echar mano de su creatividad para tratar de reemplazar los productos ausentes. A falta de pasta dental han recurrido al bicarbonato y al jabón para poder mantener condiciones de higiene mínimas. Frente a la escasez de pollo, se han visto en la obligación de pagar el sobreprecio de los revendedores o de comprar carne porcina, la única disponible en las tiendas, por el doble de su valor usual.
A todo lo anterior se suman las dificultades derivadas de la represión estatal que el régimen no suspende ni en medio la crisis sanitaria y alimenticia. Las largas filas para poder entrar a las tiendas cuentan con vigilancia policial y de particulares, los coleros, quienes no han dudado en hacer uso de la fuerza ante los conflictos que surgen entre quienes esperan. Además, los y las cubanas están sometidos a la vigilancia de las autoridades, quienes no titubean en acusar de “acaparadora” a cualquier persona que sobrepase la cantidad permitida de productos regulados en su poder. En este número de Rewriting Cuba, los y las cubanas nos relatan las dificultades que han tenido que enfrentar para producir y conseguir alimentos y productos de primera necesidad en la isla en medio de la pandemia y sorteando a su vez las medidas represivas del régimen cubano.
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