Cuando me pidió un encendedor, sin apenas pedir permiso y mucho menos desearme las buenas tardes, me quedé observándola, tratando de descifrar su edad sin atreverme a pensar siquiera que se trataba de una chica de unos diecisiete años. Traté de llegar a ella con una sonrisa que más parecía una mueca de dolor – ¿en qué escuela estudias? – le pregunté. Y fue cuando me gané una mirada fija y rebelde con ojos disfrazados de un Marbelline barato. Me sorprendió nuevamente su voz infantil al responder tajante – yo no estudio, yo trabajo – mientras encendía el que parecía ser el último cigarrillo. Le ofrecí una caja que tenía abierta, de todas formas, ya tenía la intención de dejarlo. Recibí a cambio la mejor de las sonrisas y el único rasgo de educación en medio de un “gracias” bastante sincero. A partir de ahí supe como entraba y salía del hotel telégrafo con sus clientes: pagaba una cuota de 10CUC al portero y otros 10CUC a la chica de la recepción, así la dejaban quedarse toda la noche en la habitación del tipo de turno que podía ser, con suerte, con un italiano, un alemán o un americano, que son según ella los que mejor pagan, si por error pescaba un español, bueno, pues tendría que conformarse con sólo 30 o 40 de los 100CUC esperados – pero algo es algo – me dijo mostrándome su nuevo vestido, y explicándome, que no era por lucir un vestido nuevo sino que era una inversión, ya que la más linda y mejor vestida es la que se lleva al tipo que mejor pague. También supe que tenía solo 14 años y que hacía más de una semana que no disfrutaba de un almuerzo, ya que, según ella, “no tenía tiempo para eso”. La vi ansiosa cuando pasó a nuestro lado un señor de unos cincuenta, con pinta de alemán, solo atiné a escribirle mi número de teléfono y a decirle en un grito – ¡Llámame! –. La vi correr con unos zapatos que le quedaban grandes, con el pelo cayéndole en la espalda de su diminuto cuerpo, y detrás de ella una voz gruesa que le decía – ¡corre puta, que se te va el Yuma! –. Una chica de sólo 14 años, que debería estar estudiando y dibujando sueños futuros. Me levanté despacio, miré todo lo largo de la calle obispo y vi la silueta de esta niña, en todos lados se multiplicaba su figura y su rostro difuminado de tanto maquillaje. Miré el reloj, casi era hora de que regresasen mis hijas de la escuela, corrí a casa.
Su nombre era Janet, me llamó una semana después con deseos de conversar y nos encontramos otra vez en la calle obispo, desde ese día, es la amiga más joven que tengo. Aunque graduada en la “universidad de la calle”, hoy no solo habla de los yumas o de los precios; hablamos de arte, de música, de eventos, de política, de todo. No he podido sacarla del mundo de los “verdes”, como llama a los dólares, pero nuestra organización ha estado ahí para ella, y aunque sus historias nos siguen estrujando el corazón, también sabemos que el dolor compartido toca a menos.
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