Joaquinito Bustamante, desciende de una familia de Jaimanitas que siempre ha vivido del mar, dice que, en las últimas semanas, con la nueva arremetida contra los pescadores, han quedado sin sustento muchas familias. Pese a esto, muchas de ellas tienen miedo de hablar y denunciar el hostigamiento del que son víctimas.
“Pero yo no tengo miedo”, dice Joaquinito, “a mí me quitaron el corcho, los avíos y el trasmallo. Además, me pusieron una multa, sólo por pescar. ¿Qué otra cosa más tengo que perder para enojarme legítimamente?”
Joaquinito recuerda dos grandes arremetidas anteriores, también realizadas por el gobierno y contra los pescadores, en las que se prohibía la pesca en embarcaciones rústicas o de mayor calaje, no autorizadas por la Capitanía del puerto.
“La ley se aprobó en el 99 pero no se puso totalmente en marcha sino hasta el 2012, cuando los barcos guardafronteras comenzaron a recoger a los corcheros en el mar, a decomisarles la embarcación, los avíos y el pescado. Si no querías subir al barco te lanzaban garfios y te volcaban el corcho, tenías que subir de todas formas, y entonces, en ese caso, la multa era mayor. A pesar de la represión, los pescadores continuamos viviendo del mar para mantener a nuestras familias. Otra vez, ya en el 2015, volvieron a la carga con lo mismo. Recuerdo que aquella vez hubo un intento de formar un gremio de pescadores y reclamar, pero la idea no se materializó por miedo a represalias».
Carlos, un vecino de la calle Tercera, uno de los pescadores más viejos del pueblo, construyó un corcho con medios propios y sobrevive vendiendo minuta de pescado a 1 CUC. Entre sus especies se encuentran libra, roncos, gallegos, mojarras y rabirrubias, pescados en el canto del veril. Relata que no hace mucho tuvo que huir despavorido cuando escuchó en el eco del mar el grito de aviso de los corcheros que anunciaban el peligro: ¡Ahí viene la monada!
“Tuve que soltar un pez que tenía enganchado, y luego perdí el farol mientras remaba hacia la orilla, sólo para salvarme. Por fortuna, lo conseguí. Pero el guardafronteras cogió a Javier y a Picúa, les decomisó los corchos, les quitó lo avíos y el pescado, y los multó feo. Ahora esos pobres no tienen con qué mantener a sus familias. ¡Suerte que yo salvé el corcho y los nylon!”
Históricamente, los pescadores de Jaimanitas y de Santa Fe fueron famosos en La Habana por sus habilidades en el arte de la pesca. Todavía recuerdan al difunto Papín, un pescador que en el 2010 quiso agruparlos en un gremio de ‘corcheros’, para reclamar ante las autoridades por la represión que sufrían.
“Papín fue el único que tuvo valor para enfrentarlos. Incluso fue a ver varias veces al teniente coronel Aluija, Jefe de Capitanía del puerto, a presentar una queja formal de los pescadores del litoral a los que se les prohibía realizar el oficio que siempre habían hecho: pescar. Aluija lo esquivó todo el tiempo, la secretaria le decía a Papín que el Coronel estaba en una reunión, visitando un puerto y este nunca dio la cara. Papín murió con la frustración de no haber podido entregar el escrito. Era una reclamación en regla y yo fui uno de los que la aprobó. Pero no se logró nada. Hace poco llegó otra arremetida contra los corcheros, y ahora muy pocos deciden salir a pescar. Y el colmo: Han situado policías marítimos en motos acuáticas que van buscando a los pescadores submarinos. Cuando encuentran la boya esperan que suban y les decomisan desde la careta hasta las patas de ranas. ¡Tremendo!”
Por si esto fuera poco, con la represión el precio del pescado se disparó. Una ensarta de dos loros y una cubera, que en total no pasa las tres libras, es cotizada en la calle a 6 CUC. La libra de pulpo alcanzó esta semana los 4 CUC. La carne de caguama y de peces como el serrucho, la aguja y el castero están desparecidas de la escena.
“El precio del pescado se ha enloquecido”, dice Rubén, intermediario que está sacando ganancia del río revuelto. “Ayer una cojinúa por la que un corchero pedía 12 CUC, se la llevé a un yuma y me dio 25 CUC. Asimismo le estoy sacando un dineral al pulpo y al cobo”.
César, un pescador de calle Primera, expresa que son los extranjeros y los restaurantes particulares quienes están imponiendo los precios.
“Lo copan todo y la gente común que no puede pagar ese precio tiene que morir en el Mercomar, comiendo pescado malo”.
En este sentido, los residentes de antiguos pueblos de pescadores, consumidores históricos de pescado, encuentran en el Mercomar pocas opciones.
“El picadillo de ‘sabe Dios qué pez’ y de otras especies de agua dulce como Claria, Tilapia y Tenca saben a tierra. Eso es lo que puedes comprar allí. Ya no recuerdo el aroma de un bonito o una palometa. Esos tiempos probablemente ya no vuelvan”, dice Mireya, hija y nieta de pescadores.
Un corchero que amarró su corcho al muelle y teme salir a pescar hasta que aminore el mal tiempo, pide anonimato por temor a la exposición. Confiesa que, como el difunto Papín, ya no quedan pescadores.
“Si nos uniéramos y reclamáramos nuestros derechos, tal vez nos escucharían. Pero es más fácil rendirse y bajar la cabeza. Yo le pregunté a un coronel retirado si aquella ley de 1999 contemplaba lanzar garfios a los corchos, virarlos y quitarles los medios de sustento. Y me dijo que no, pero que, claro, muchos se aprovechan de otras cláusulas. Ahora que hay un nuevo proyecto de ley, deberíamos proponer que se esfume este sinsentido tan perjudicial para muchos, que desaparezca esto que se levanta contra la subsistencia de la gente que, como en cualquier parte del mundo, vive del mar.”
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