En los dominios del totalitarismo tropical hay una especialidad que por estos días ha tomado fuerza y que apunta a, aparentemente, continuar repitiéndose. Los cuatreros a los que me refiero son los que entran en las casas sin capuchas y como un tromba para llevarse cualquier cosa, incluso notas personales, libros y hasta un testamento.
Un ejemplo de esto ocurrió la semana pasada en la vivienda habitada por Celina Osoria Claro, representante de las Damas de Blanco en la ciudad de Guantánamo, su esposo Bartolo Cantillo Romero, activista de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU) y sus dos hijas menores de edad.
El saldo parcial de la incursión perpetrada a las cuatro de la madrugada por un grupo de policías, de acuerdo a la denuncia del opositor Yoannis Beltrán Gamboa, fue la rotura del televisor y la apropiación forzosa de un DVD, una computadora, las propiedades de la vivienda, el testamento de una finca a favor de una de las hijas del matrimonio por uno de sus abuelos, ya fallecido, además de varios CD, tres memorias flash, tres teléfonos móviles y un busto del prócer nacional, José Martí, entre otros artículos que utilizan en sus actividades contestatarias.
El asalto incluyó golpes, y el arresto hasta altas horas de noches bajo la clasificación de Delitos contra la Seguridad del Estado.
El colmo de este nuevo acto de impunidad fue una multa de 500 pesos, (alrededor de 25 dólares) y la advertencia de que no habría devolución de ninguno de los materiales incautados.
Lo más lamentable del hecho sobrepasa la aflicción de esta familia comprometida con la lucha pacífica porque Cuba deje de ser una dictadura.
El tema es que quedan abiertas las posibilidades para que otras personas vinculadas al movimiento prodemocrático se enfrenten también a allanamientos, violencia física y decomiso de todo lo que aparezca en los registros policiales como material subversivo.
Por otro lado, está la fugacidad del interés mundial -si es que lo hay- por episodios de escaso impacto mediático debido a su carácter rutinario, la ausencia de bajas mortales, el hecho de llevarse a cabo de forma aislada y no contar con el apoyo de grandes sectores de la población a causa del miedo a enfrentarse a la aceitada maquinaria represiva. La tendencia a minimizar la importancia de estos incidentes, también tiene que ver con determinaciones geopolíticas, a todas luces, invariables y que apuestan por el cambio a largo plazo.
Dentro de ese esquema, los represores pueden seguir actuando a sus anchas, siempre cuidándose de los excesos. Basta un análisis superficial de la situación para darse cuenta de que es así.
Frente a una realidad tan compleja, es pertinente aumentar el volumen de las reivindicaciones y de las denuncias con la fe de poder menguar los «despistes» que se tejen bajo el paraguas de la realpolitik.
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