Argimiro Caro fue un activista por la democracia en Cuba hasta emigrar a otras tierras en 2005. Me juró una vez, hace mucho, estar convencido de que en una visita al dentista, le habían insertado un chip en una pieza para mantenerlo localizado. “¿No ves una sombra oscura dentro de la muela? Ahí está. Además de ubicarme adonde quiera que vaya, también transmite lo que hablo”. Me reí de su ocurrencia pero fue convincente al explicarme que, cada vez que daban una reunión del grupo, esta estaba monitoreada por la policía política y que siempre se sabía dónde tenía lugar y cuáles eran los objetivos. Lo que Argimiro decía en cada momento y lugar, incluso dormido, incluso en sueños, llegaba hasta los agentes de seguridad.
Le sugerí que se sacara la muela y concluyera aquel martirio, pero me mostró su encía. Aquella muela y tres dientes mal distribuidos, era lo que subsistía de su dentadura, según él por la falta de calcio en sus épocas de prisión, consecuencia de la que nadie escapa en esa situación. Sin ir más lejos le propuse que se pusiera una prótesis, pero se aterró aún más. “¡¿Tú estás loco?! ¡¿Quieres que me llenen la boca de chips?!”.
Julio Peña, alias Pipo, vecino del callejón de San Felipe en Jaimanitas, también emigrado para Estados Unidos como refugiado, me visitaba por las tardes en los días anteriores a su salida y me contaba cómo era seguido a todas partes por agentes vestidos de civil. En los ómnibus, a pie, en taxi, como quiera que se movía ahí estaban, pisándole los talones. Se turnaban cuando Pipo lograba identificarlos, no sólo por sus motos, también por sus camisas, pulóveres y tenis. Un entramado constante, como de tela de araña.
Intenté convencer a Pipo que era irracional creer que tal gasto de recursos, hombres y salarios, se destinaba sólo para saber adónde iba y con quién hablaba. Pero su respuesta no fue otra que “¿y tú no crees que ahora mismo nos están filmando y grabando?”. Me sumó en un halo de desconfianza diaria de que todo lo que hago, hablo y pienso lo saben, y sentí aversión por aquel miedo colectivo, una especie de 1984 a lo cubano incubado en los genes de las generaciones pos 1959. Miré a ambos lados de la calle y vi gente parada en los portales, matando el tiempo en la esquina. Sospeché de todos. Seguramente alguno intentaba develar qué me contaba Pipo y qué le respondía yo…
La vigilancia comunista comenzó en Cuba con la creación de los Comités de Defensa de la Revolución en 1960. Vecinos que en cada cuadra controlaban la vida de los otros hasta en sus detalles más íntimos. No había lugar para el pensamiento antípoda. El nuevo gobierno revolucionario significaba y apuntaba a crear una nueva sociedad y un hombre nuevo.
Aquel control ciudadano sobre el otro llegó a lo más profundo de la sociedad: la familia. Un proceso de transformación total que exigía que, hasta para encontrar un trabajo, la gente debía no sólo rechazar a Dios, sino también a cualquier pariente que viviera en los Estados Unidos. Debía renunciar, asimismo, en su vida diaria, a cualquier actitud que denotara rasgos burgueses, aunque fueran hábitos, tradiciones y costumbres sociales arraigadas en el inconsciente colectivo.
La conducta social fue diseñada en un laboratorio. Se abrieron muchas prisiones en todo el país y estas funcionaron como enormes almacenes de hombres, en el marco de varios programas de reeducación donde los reos debían seguir y amar los principios socialistas, confeccionar murales rememorando las fechas patrias, dar loas a los héroes de la revolución, y preparar lemas y consignas que recitaban durante las inspecciones. Todo para pugnar por ganar un pabellón conyugal o una visita de familiares como retribución y premio.
El movimiento opositor fue quien más padeció estos males y este férreo control que a muchos les parece mera paranoia. Se rebeló contra los murales y las consignas. Se organizó, creció, disintió y, a pesar de ser perseguido, cercado y muchos de sus miembros detenidos y encarcelados, realizó sus reuniones, emitió declaraciones, y firmó cartas y proyectos. El movimiento opositor denunció cuanto pudo las violaciones a los derechos humanos y la falta de libertades congénitas en el régimen comunista cubano.
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