Hospitales cubanos

Si es verdad, como bien lo afirma la revista Bohemia del 29 de noviembre de 2013, que “en Cuba existe hace más de 25 años la Industria Cubana de Equipos Médicos que elabora muebles hospitalarios de calidad exportable” ¿por qué entonces las camas y camillas en nuestros hospitales son tan pocas o están tan destartaladas?

Con frecuencia, los medios de difusión masiva partidarios del gobierno cubano se dedican a ponderar los logros, la calidad y la eficacia del sistema de salud pública. Sin embargo, cada año se hace más difícil soportar el estar ingresado en cualquiera de las instalaciones hospitalarias destinadas al pueblo, donde el abandono y el maltrato gubernamental es notorio.

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Fuente: People in Need Cuba

Resulta entonces paradójico que el Dr. Roberto Morales Ojeda, Ministro de Salud Pública, haya declarado durante un encuentro con la prensa nacional: “No existe justificación alguna para que en nuestros hospitales no se ofrezcan las condiciones mínimas indispensables para la estadía de un paciente y su acompañante, pues todo está garantizado: las sábanas, las toallas, los piyamas, el jabón, la tela verde y el mobiliario, entre otros” (Juventud Rebelde, 13 de marzo de 2014).

Tiendo a creer que el Ministro se refería a los hospitales destinados a la cúpula gobernante, ya que si visitara cualquiera de los otros le bastaría una simple mirada para comprobar que las camas están desvencijadas, que no existen ni asientos para acompañantes ni sillas de ruedas para trasladar enfermos. Los colchones están manchados de secreciones y desechos humanos, y la poca ropa de cama existente está percudida y es usada únicamente por los enfermos más pobres. Sería oportuno, entonces, que el señor Ministro hiciera una visita a otros hospitales, por ejemplo.

Hace unos días, una vecina ingresó a su esposo en el Hospital Julio Trigo. Como este estaba impedido para caminar, salió en busca de una camilla para su trasladarlo hacia la sala de geriatría. Cuando el sobrino la vio regresar con las manos vacías fue él mismo a buscar una silla de ruedas. En cambio regresó con un camillero. Este, muy amable, acomodó al enfermo y lo subió por el ascensor hasta la sala. Le buscó una cama sana y un colchón aceptable. Al despedirse les dijo que para cualquier cosa que necesitaran él estaría en el cuerpo de guardia. La tía, extrañada, le preguntó al sobrino si lo conocía, y este, sonriendo, le respondió: “sí, de un regalito de 5 chavitos.”.

Pero de las camillas perdidas hay más de una historia, aunque la prensa no se preocupe en darlo a conocer. Una mujer hace poco tiempo, en una de las tantas colas que hacemos a diario los cubanos, me explicó que el camillero es el que abre el camino en un hospital: por 2 CUC te lleva al técnico de rayos x, al médico para que analice la placa, y al técnico que te tiene que enyesar el pie. Sorprendida, le pregunté si eso lo cobran así, descaradamente, a lo cual ella me aclaró que no, que eso cuenta como un regalito, como una mera propina, en todo caso.

Otra: Jorge Izquierdo es un anciano hipertenso de 84 años que en su última consulta la geriatra le recomendó medirse la presión arterial con frecuencia para evitar eventuales complicaciones. Cuando va a la posta médica siempre hay un impedimento: la doctora no está, es día de embarazadas o está la enfermera pero no tiene el equipo necesario. Preocupado por su situación, Jorge decidió ir al policlínico, lo cual no implica sólo hacer la cola para que lo atienda el médico de guardia, sino pasar por una serie de instancias por demás tediosas. Ahora está esperando que llegue el aparato que le pidió a un sobrino de los Estados Unidos, a ver si así, por fin, puede tomarse la presión sin sobresaltos u o otros contratiempos.

Por último: Yamila, una embarazada epiléptica, sufrió un ataque con 18 semanas de embarazo. De la escuela donde trabaja la llevaron para el hospital gineco-obstétrico Hijas de Galicia. Cuando la madre y el hermano llegaron la tenían en una camilla en el cuerpo de guardia. Aunque ya había recobrado el conocimiento, se sentía muy cansada y aturdida. Al rato volvió a convulsionar. Frente a la pregunta de los familiares de por qué no la ingresaban , les respondieron que porque no había camas. Y aunque la doctora decía que había que trasladarla inmediatamente a cualquier hospital, la ambulancia no aparecía. Sólo cuando el hermano comenzó a gritar y a exigir responsabilidades apareció el vehículo. Finalmente, la ingresaron en la sala de terapia intensiva en el Hospital Clínico Quirúrgico Enrique Cabrera conocido como el Nacional.

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