Maño ya pasó los cincuenta, pero desde muy joven ha sido el mejor jugador de dominó de Cuba. Vive en Guantánamo, en una casa de las peores de su barrio. Hace unos cuantos años viajó a España para participar en el campeonato mundial de dominó, donde obtuvo el primer lugar. Ahora me cuenta cosas interesantes de su vida y del torneo donde impuso su fuerza creativa sobre medio centenar de parejas de jugadores de todas las latitudes.
Su padre era arreglador de cocina, un experto en limpiar el tubo por donde la candela sublima el líquido y lo convierte en gas, y en soldar los salideros de los tanques. Por poco dinero devolvía la vida a las amas de casas desesperadas que corrían en busca de ayuda para terminar la comida.
Su madre era una gorda inmensa y desarreglada que apenas se levantaba de la cama. Las labores del hogar la llevaba una hermana medio loca. Su otro hermano, Noelito, estaba preso en el Combinado de Guantánamo porque resultó ser “el plateado”, un misterioso asaltador de caminos conocido en las provincias orientales.
En ese contexto creció Maño, que al terminar la secundaria se fue a trabajar a la panadería La Crema, con el “maestrazo” Cueto, que le enseñó todos los secretos del pan y a quien se lo llamaba de madrugada cuando una masa se había echado a perder en alguna panadería y necesitaban reconstruirla.
Cuando terminaban la faena de la mezcla y el amase, pasaban a elaborar los proyectos de panes que debían permanecer dos horas en la estufa antes de entrar al horno. En ese momento se sentaban a jugar al “pintintín”, un tipo de juego de dominó que da mucha vista y cálculo al jugador. Aquellas madrugadas, esperando junto al maestro a que el pan se elevara, fueron el entrenamiento para que más tarde Maño resultara el mejor jugador del planeta en el rubro.
En la esquina de San Lino y el 5 sur crearon una sociedad de dominó con los vecinos. La llamaron “La Doble Blanca”. La componían Valentín, Cueto, Papucho, Fernando, George y media docena de vecinos más. El juego comenzaba a las nueve de la mañana y todavía a la media noche se escuchaba el sonido seco de las fichas contra la madera, manteniendo despiertas a muchas vecinas, que se quejaban al día siguiente del ruido, el vocerío y la ausencia del marido en la cama.
Luego la sociedad se disolvió y Maño continúo jugando por ahí, hasta que un día lo invitaron a un torneo. Fue de pareja con el legendario Eloy y batían a cuanto rival se sentaba enfrente, con combinaciones fuera de serie y cierres magistrales donde siempre le cogían a los contrarios una cantidad de tantos que marcaban todo tipo de récords.
Resultaron campeones de Cuba y los invitaron a participar en el I Campeonato Mundial de Dominó en España, pero no los dejaban viajar y en su lugar colocaron a un advenedizo. Por suerte, y gracias a los organizadores que expidieron la carta de invitación a nombre de Maño y a su acompañante; no querían en el torneo a nadie más que a ellos.
“Viajar a España resultó un suplicio. No querían que yo fuera, tal vez por los antecedentes penales de mi hermano, porque era hijo del arreglador de cocina o porque era panadero con una hermana medio loca, no sé, pero me pusieron todo tipo de trabas. Mi pareja, Eloy, también se disgustó, tú sabes, el dominó es como el ajedrez, un arte. Eloy y yo no necesitábamos señas. Con sólo mirar cómo poníamos las fichas ya nos comunicábamos. En cambio adivinábamos todas las señas que se hacían los rivales y eso nos servía para liquidarlos. Al final logramos viajar y ganamos sin dificultad el campeonato. ¿La pareja más difícil? La dominicana. Jugaban como los de “La Doble Blanca”. Aunque cometían los mismos fallos que Valentín y Papucho. Me recordaban mi barrio. Estaba loco por regresar con mi gente”.
Cuando volvieron no hubo vítores. La prensa recogió la noticia del triunfo de la pareja cubana con una nota perdida entre decenas de informaciones baladíes. También hubo un reportaje corto en la televisión, pero solo salieron ante las cámaras las manos de Maño colocando las fichas en una partida contra los representantes de la provincia Granma durante el campeonato nacional.
Volvió a la panadería y no ha querido participar más en torneos. A veces juega una o dos partidas por ahí, no más. Sus padres murieron, su hermana está rematada por la locura y Noelito sigue pudriéndose en la cárcel. “El único aliento que tengo es llevarme veinte panes todos los días al terminar el trabajo, vender diez y comerme el resto, y esperar al otro día para irme a “La Crema”, a conversar imaginariamente con mi difunto maestro, Cueto, “el maestrazo”, que me enseñó a hacer pan y a jugar el juego que me llevó a España”.
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