El primer y último recuerdo que tengo de Silvio Rodríguez, ese excelente artista de la música y la poesía del pentagrama, que gracias a Dios pertenece a los cubanos, ocurrió en 1972, en la casa de una querida amiga que teníamos en común. Era un joven que inspiraba pena: mal vestido, con ojos tristes. A pesar de su talento, estaba prohibido en la radio y la televisión, tal vez porque cantaba aquello de „Ojalá que pase algo que borre de pronto a Fidel Castro, ojalá por lo menos que le lleve la muerte“
Tenía fama de rebelde y lo era, con su melenita a la moda extranjera de John Lennon y su delgadez casi esquelética por falta de buena comida. Como todo artista genuino, era osado Silvio Rodríguez. Tan osado que, pese a su bolsillo vacío y aunque terminara llorando, se apostaba una botella de ron cuando se empeñaba en conquistar a una mujer con dueño.
Casi sin darme cuenta seguí su trayectoria musical y política durante cuarenta y dos abriles y debo confesar que, en ocasiones, descubrí su verdadera veta, la de disidente.
Un día, en los primeros años de la década del noventa del siglo pasado, en pleno Período Especial, cuando poco faltó para que los cubanos nos muriéramos de hambre, conocí a su padre, ya anciano, sentado ante una mesita de carpintería, en su casa de la calle San Rafael y Gervasio. El viejo Rodríguez era todo un personaje con el que me gustaba conversar. Como tenía que pasar por su puerta casi a diario, siempre entraba a verlo. Aún así, nunca me encontré con su querido hijo artista. Silvio estaba demasiado ocupado en sus andanzas con el régimen castrista.
Hoy, al cabo de casi medio siglo, ha descubierto que vive en una dictadura, y a los pobres de esa dictadura, esos que, según él, en su andar por los barrios insalubres, sintieron un aire de esperanza con sus canciones. Lamentablemente, esas canciones no les representaron un plato de comida, una ventana para sus covachas, o un salario para vivir decentemente. Fue entonces que Silvio descubrió que „la gente en Cuba está muy jodida“. Así lo ha declarado hace poco. Como jodido estaba él cuando yo lo conocí en la casa de Mercedes.
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