Transcurrían los primeros días del mes de marzo de 1989 cuando el ingeniero Roberto Bahamonde despertó muy temprano en la mañana y mientras desayunaba junto a su esposa y sus tres hijos, pasó por su mente la idea de hacer algo por su pueblo.
Ese mismo día consultó con varios vecinos del barrio la idea de presentarse como candidato en las elecciones convocadas por el gobierno, con un programa de diez puntos que compartía los deseos de muchos cubanos, un programa sencillo donde se había énfasis en recuperar la democracia y el respeto a los derechos humanos.
Listo para su pelea pacífica, lo consultó con algunos vecinos y obtuvo apoyo y solidaridad entre ellos. Le prometieron su voto en la reunión anunciada por el Gobierno castrista.
Los candidatos que se aceptaban como futuros delegados para el Poder Popular tenían que ser comunistas y él no lo era. Aún así, para sorpresa de muchos, obtuvo los votos requeridos para lograr su propósito. “Esperemos a ver cómo reacciona el dictador”, le dijo una amiga, al verlo tan eufórico. Pero el ingeniero Bahamonde sonreía complacido. Sobre todo, porque un buen número de vecinos suyos no lo habían decepcionado. “Tienes que estar muy atento”, volvió a decirle la amiga.
En efecto, a los pocos días, casi sin esperarlo, el ingeniero Bahamonde fue detenido en plena calle por agentes del Ministerio del Interior, cuando acababa de hacer fotos en un cumpleaños infantil. Fue llevado a juicio bajo el supuesto delito de trabajo ilícito. Precisamente por ser disidente, no conseguía trabajo de acuerdo a su carrera de ingeniero civil y se ganaba la vida con una vieja cámara de fotografía en fiestas de cumpleaños y bodas.
En la prisión Combinado del Sur, en Matanzas, pasó unas largas vacaciones. Más de un año en celdas tapiadas donde apenas pudo recibir visitas de su familia, completamente desamparada en La Habana.
Luego pasó el tiempo y Roberto Bahamonde desapareció en un exilio de cientos de miles de opositores, como si se lo hubiera tragado la tierra.
Hoy, después de 25 años, tal vez esté muerto o quizás haya cumplido ya los 80 años, recordando todo esto en un país libre. Sin embargo, su carné del Partido Pro Derechos Humanos de Cuba, al que perteneció como fundador en 1988, seguirá guardado todavía en los archivos de la Seguridad del Estado, donde está escrita, con todos sus pormenores, la trayectoria de la vida de este valiente cubano, que una madrugada soñó con la libertad y realizó un hecho sin precedente en la historia del Movimiento de los Derechos Humanos.
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