La única opción

 

 

Aún no puedo evitar mi dolor cuando veo y escucho estas historias, son mujeres cubanas, seres humanos que apuestan por vivir y tratan de tomar lo mejor que la vida les ofrece, o quizás la única opción.

 

 

Adelfa se sube los espejuelos mientras me observa de arriba abajo, estoy parada en el portal de su casa, esperando a que pase la lluvia, que al parecer no tiene prisa y se rompe a cantaros sobre la acera. – Entra – me dice – ahí te estás empapando toda y te va a dar una gripe de esas que matan – asentí con la cabeza, y como nunca he desaprovechado la oportunidad de encontrar una historia, me dispuse a entrar.

Me indicó un sillón viejo y sucio, único asiento de la casa metido en un rincón oscuro y húmedo. Me invitó a sentarme y apagó un televisor ruso que a golpes dejaba ver increíblemente borrosas imágenes. El ventilador, también ruso, amarrado con un cable trataba de soplar algo de aire con un chirrido espantoso en aquel sitio asfixiante que no daba señales, ni siquiera una pequeña fibra, de que aquel sitio estaba habitado por un ser humano.

Adelfa no parecía alterada por mi presencia, yo diría que le agradaba tener a alguien sentado frente a ella y conversar de cualquier cosa. Siempre creí que sufría problemas mentales, siempre sucia, recogiendo latas y botellas para después llevarlas al depósito de materias primas para venderlas. Con eso se mantenía, de ahí sacaba su alimento diario, sus cigarros y el café de la mañana. Comenzó a hablar del mercado de cuatro caminos en época de antaño, cuando pedias una completa por solo 0,25 y con eso ya almorzabas. Me di cuenta de la claridad de su mente, me dejó boquiabierta cuando habló de historia, conocía hechos que yo nunca aprendí en la escuela, y si fueron objeto de estudio, pues a la verdad no me acuerdo. Cuánta sabiduría detrás de ese rostro arrugado, marcado por la tristeza de tantos años vividos, o más bien sobreviviendo.

La observé detenidamente – la vida está difícil ¿eh? – me mira esperando mi respuesta, ¿y yo que voy a decir? sólo disfruto de su voz pausada en medio un silencio cómplice ¡de tanta pobreza y tanta grandeza de espíritu!. Abre una jaba y saca de ella un pollo que, por lo tieso, seguro ya tenía más de tres horas muerto, me provocó escalofríos. – Jajajaja – se ríe, y vuelve a mirarme – ¿ves? – me dice risueña – a este lo cogí debajo de la ceiba, un yabó lo puso ahí, si mija, para hacerse limpieza o brujería – me aclara al ver mi expresión, se vuelve a reír y me dice bajo – este pollón me lo pusieron en mi camino –.

Aún no puedo evitar mi dolor cuando veo y escucho estas historias, son mujeres cubanas, seres humanos que apuestan por vivir y tratan de tomar lo mejor que la vida les ofrece, o quizás la única opción. Ya había escampado, le agradecí y me levante para irme, se acomodó los anteojos mientras me decía de manera cordial – cuando usted quiera vuelva, ya verá como esta vieja tiene historias para contar –.

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