“Todo es mentira. El Estado no protege a los damnificados”, dice la octogenaria Reina Ester de la Cruz Ramos, residente del municipio de Santa Fe, al noroeste de La Habana.
Parada frente a su vivienda, la anciana muestra la pequeña sala, llena de tarecos y algunos sacos de arena y cemento comprados a sobreprecio. Entre la puerta y la ventana, construidas con pedazos de madera, expresa:
“Así vivimos en Cuba los damnificados, sin ningún tipo de ayuda social”.
Cuenta Reina Ester que la historia comenzó en 1983, cuando el mar entró con fuerza a su vivienda y provocó inundaciones en su calle y otras de los alrededores.
“Fue entonces cuando comenzaron a llamarle a este lugar El Bajo. Diez años después volvimos a ser azotados por ‘la Tormenta del siglo’, que dejó a cientos de familias sin hogar. Todavía a estas alturas nos hemos podido recuperarnos de todo aquello. Nunca nos repusieron nada y, por más de que anunciaban en la televisión que la Revolución no dejaría a nadie desamparado nunca, que repararían las pérdidas, aquí no entregaron ni una sola sábana. Hemos escrito, reclamado, protestado infinidades de veces al Poder Popular, pero sólo nos dan muela, como decimos en Cuba”.
En la pequeña casa conviven con Reina Ester su hija Zoraida y su nieta Estela. Zoraida muestra la única habitación de la casa, donde duermen en una cama levantada sobre bloques. También enseña hasta qué altura en la pared el agua llegó con el huracán Irma.
“Aquí todos los vecinos de El Bajo nos hemos especializados en meteorología», dice Estela, la nieta de Reina. “Por pura necesidad seguimos diariamente el parte del tiempo y rezamos para que no se forme ningún mal tiempo en el Caribe. Conocemos bien las consecuencias. Las hemos vivido en carne propia varias veces”.
A la pregunta acerca de si el delegado conoce la situación, Reina Ester responde:
“¡De ese ni me hables! ¡Claro que lo conoce, pero no puede resolver nada! ¡Es sólo un muñecón de carnaval”.
Luego entristece y baja la voz al recordar que durante la Tormenta del Siglo su madre, Juana Ramos Tomé, falleció luego de presenciar los destrozos que provocó el mar y ver cómo lo perdían todo.
Su hija Zoraida también se aflige y confiesa que con el ciclón Irma, en septiembre de 2017, se repitió una historia parecida con su mamá.
“Cuando las olas la arrastraron hacia la calle, yo pensé que la perdía. ¡Con lo débil y enfermita que estaba! La cargué y la puse en un lugar alto hasta que nos sacaron en una guagua escolar, cuando ya todo estaba inundado. Nunca el Estado nos ayudó, ni siquiera con créditos para la reparación. Los pocos materiales que hemos comprado han sido carísimos y con ellos hemos ido arreglando la casa, poco a poco, pero todavía nos falta bastante. Siempre estamos rezando que no venga otro ciclón y nos regrese otra vez al punto inicial”.
Una vecina también residente en calle Primera en Santa Fe, Clara Matos, dice ser otra víctima de los ciclones que tampoco ha recibido ayuda del Poder Popular.
“Aquí los malos sueños más repetidos son de inundaciones. No hay un día que no sueñe que el mar me lleva, o que se está metiendo en mi casa. Recuerdo que dos días después de la Tormenta del Siglo, el Comandante en Jefe vino personalmente, se paró junto a ese poste de luz, miró el desastre, y dijo que a todos debían sacarnos de este sitio y darnos viviendas en otro lugar. Nunca se cumplió su orden. Aquí seguimos, recordando a Denis, Wilman, Ike, Gustav e Irma, y pidiendo a Dios que no pase más ninguno de ellos o su amigos por esta parte de La Habana”.
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