Antonio Medina Castañeda, alias El rasta, vive en Jaimanitas. Su conversión de marginal a sabio ha sido para el pueblo un enigma.
“De niño mis padres nunca me enseñaron a pensar y ese fue mi destino: ser bruto.” cuenta Antonio en la sala de su casa. “Gracias a ciertos libros viejos que alguien me dio y otros modernos de autoayuda me he agenciado la condición de persona instruida.”
La historia de El rasta comenzó con una niñez disfuncional en la escuela primaria, puesto que solo llegó al 4to grado. Luego, estuvo 10 años en prisión por robo a mano armada. Después, transcurrió un período de 20 años intentando irse del país en una balsa, alcanzando incluso el record nacional de salidas fallidas: 19. Hoy, sin embargo, es un sabio en toda la extensión de la palabra.
Entre sus intentos truncados de partida se recuerdan: primero, la construcción de un submarino con dos tanques de aluminio y un motor de lavadora, frustrado al no conseguir almacenar el oxígeno. Segundo, una balsa construida con pomos plásticos vacíos que no envidiaba en nada a un bote de poliespuma que al inicio del trayecto fue incautada por la policía tras el chivatazo de un vecino. Tercero, cuando a seis millas de la costa lo sorprendió una tormenta; naufragó y tuvo que regresar nadando a la costa cubana. Recaló por Santa Cruz del Sur y cuenta que salvó la vida de milagro, puesto que aquella vez se ahogaron Alexis, apodado por el entrevistado como El gato, y otro muchacho llamado Maykel, del reparto Flores.
Otros intentos fallidos de El rasta consistieron en las innumerables capturas por las tropas guardafronteras mientras se encontraba al punto de embarque o en la orilla, empujando sus armatostes al agua. No faltaron los allanamientos de la policía a viviendas donde se construían balsas de manera subrepticia y él se veía involucrado.
A Antonio también se le reconoce un aporte a la arquitectura y economía popular: al verse imposibilitado de comprar losas para su piso de tierra lo rellenó de arena.
“El piso de arena tiene ventajas”, explicaba el rasta. “No se limpia. Si muere algún insecto no hay que recogerlo, solo taparlo. Es medicinal, da fuerzas en las piernas y es muy bueno para la columna.”
Hoy en día este hombre se gana la vida remendando zapatos, pero desde que cayeron en sus manos los libros “El secreto escondido” y “Los cuatros gigantes del alma”, dice que su vida cambió porque ha encontrado la clave de la existencia humana y se ha entregado con todas sus fuerzas no solo a los estudios, sino a llevar a la práctica lo que aprende.
“Son libros muy antiguos”, dice. “¿Sabías que Jesucristo era rico? ¿Que todos los hombres relevantes que han existido en el mundo los han leído y que los millonarios andan con ellos debajo del brazo y por eso triunfan en la vida? Yo mismo he triunfado con esos libros. Ven, mira.”
Me lleva a la sala, que ya no es de arena sino de losas de cerámicas brillantes. Luego pasamos al cuarto, una habitación distinta. Una cama grande cubierta con una frazada de arabescos, un espejo, un equipo de música, un refrigerador… todo muy diferente a su antigua choza de madera que no contaba con mobiliario ni espacio.
“No tengo televisor porque el televisor embrutece, te quita perspectiva. Vivo concentrado en los libros. Ayer hice otra de las pruebas, de otro de los capítulos. Cumplí al pie de la letra las instrucciones. Me concentré, pensé, visualicé mi necesidad. Di por hecha la solución del problema, con convicción, con fe. Luego me acosté a dormir muy tranquilo. Al otro día por la mañana me tocó la puerta un individuo al que solo conozco de vista y me dijo que quería ayudarme, que era su obligación, y me regaló un billete de 50 CUC, porque el que da sabe que luego recibirá el doble…. Ese seguramente se ha leído el libro, pensé yo.”
Le pregunto sobre su sueño eterno de irse del país y me contesta que ya está muy viejo para andar por ahí lanzando botes al agua.
“Estoy puesto de lleno a arreglar mi casa, conseguir el dinero que necesito para vivir y continuar mi estudio de las leyes universales que rigen la vida: ayudar al prójimo y dar, que siempre es mejor que recibir. No puedo prestarte los libros, pero puedes fotocopiarlos para que te los estudies y aprendas los secretos que permanecen escondidos para el hombre común.”
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