Julián del Casal, el maldito

Hace unos días, alguien trajo a mi memoria a uno de los personajes cubanos del siglo XIX que más influyera en mi adolescencia: el poeta Julián del Casal.

Julián del Casal. Foto: cortesía de Tanía Díaz Castro
Julián del Casal. Foto: cortesía de Tanía Díaz Castro

Nacido en 1863 y autor de una de las obras cumbre de la literatura cubana, murió una noche de octubre de 1893, mientras reía a carajadas por un chiste, en la casa de un amigo que lo había invitado a cenar. Julián, con apenas treinta años, ya se había adentrado -antes que muchos- en el modernismo literario latinoamericano, dejando atrás ese rancio romanticismo de sus antecesores.

Nuestro José Martí, que conocía toda su poesía y sus trabajos, se despidió de él lamentando no haberlo podido abrazar: ¨Murió el pobre poeta y no lo llegamos a conocer. Murió, de su cuerpo endeble, o del pesar de vivir, con la fantasía elegante y enamorada, en un pueblo servil y deforme¨. Casal dejaba así en el corazón del Apóstol una nostalgia infinita, un encuentro que pudo haber sido vital para ambos.

Pasaron los años y fue José Lezama Lima quien, como amante fiel de la obra casaliana, ocupó sus días y noches para que el joven poeta surgiera de sus cenizas. Lezama Lima estaba convencido de que Casal se convertiría, otra vez, en el poeta maldito de antes.

Fue quien él mismo también quien presintió que Julián sería objeto del silencio más cruel que se puede imaginar. Gracias a esta dictadura fue ignorado durante más de medio siglo. Fue debido a ese presentimiento que Lezama Lima se apresuró a recopilar en cinco tomos la obra completa de Julián del Casal: su poesía, su fecunda labor periodística entre los años 1885 y 1893, todas sus crónicas, artículos, traducciones, cuentos y cartas íntimas a los amigos. Para satisfacción del célebre autor de Paradiso, su ardua investigación se vio publicada en 1963 por el Consejo Nacional de Cultura.

Se trata de la única edición que reúne la obra completa del poeta que el tiempo logró hacer desaparecer y que jamás se ha vuelto a editar. Ni siquiera el primer tomo, que reúne sus libros de versos publicados en vida.

Hace apenas un par de meses, el presidente del Instituto del Libro, Juan Rodríguez Cabrera, expresó al periódico Granma que en la isla cubana se habían publicado un billón ciento siete millones de ejemplares de libros de los más disímiles temas, exactamente hasta el 4 de abril de 2017. Habría que preguntarle a Rodríguez Cabrera por qué los cubanos no hemos podido, en más de cincuenta años, comprar la poesía de Casal en una librería o tomarla a modo de préstamo en alguna de las tantas bibliotecas del país.

¿Por qué ha desaparecido uno de los poetas más prominentes de la cultura cubana, así como su obra periodística, publicada en la mejor prensa cubana y latinoamericana del siglo XlX? ¿Será que el joven poeta habanero no era del gusto del Comandante? ¿Será que los octogenarios señores generales que mandan en Cuba aún no han descubierto al poeta? ¿Será porque vivía a su manera, era excéntrico, liberal y rebelde a las normas mundanas, negado a coger un fusil, decepcionado de la Guerra de los Diez Años? ¿Será porque fue un joven sin mujer, alejado del mundanal ruido, siempre soñando con un país mejor? ¿Será que lo han declarado abiertamente maldito, silenciado como tantos otros, en este mar revuelto donde los más pícaros obtienen las mejores ganancias?

«Porque nos agriamos en vez de amarnos” -decía Martí acerca de Julián. “Porque nos encelamos en vez de abrir vía juntos. Nos queremos como por entre las rejas de una prisión. ¡En verdad que es tiempo de acabar! Ya Julián del Casal acabó, joven y triste».

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