Hace algunas semanas concluyó en La Habana la XXVI Feria Internacional del Libro Cuba 2017, dedicada esta vez a Canadá y al revolucionario Armando Hart Dávalos.
Como en las ediciones anteriores, la sede principal del evento fue la antigua fortaleza militar San Carlos de La Cabaña. Construida por el gobierno español en los primeros años del siglo XVIII para proteger la bahía habanera de los ataques de corsarios y piratas, su fama se revitalizó en 1959 al convertirse en el cuartel general del Che Guevara y en cárcel para miles de hombres condenados por delitos políticos. De alguna manera, fue uno de los símbolos revolucionarios, ya que sus muros pasaron a ser paredones de fusilamiento.
En febrero de 2017, durante más de una semana, el lugar llegó a abrigar hasta siete millones de textos de variados géneros literarios, y su venta podía llevarse a cabo en moneda nacional o en pesos convertibles, según la editorial o el público al que las obras estuvieran dirigidas.
En comparación con otras ediciones, hubo una cantidad menor de editoriales y de expositores extranjeros, y, aunque contó por primera vez con una carpa al aire libre para la venta de libros, poco alivió la asfixia de los visitantes en las minúsculas mazmorras sin ventanas, convertidas en estancos de ventas.
El centro de las actividades, como es costumbre, fue la entrega de los premios Alejo Carpentier en novela, Nicolás Guillen en poesía y Razón de ser, auspiciado por la Fundación Carpentier y destinado a los cinco mejores proyectos en materia literaria. Por otra parte, la autora Margarita Mateo recibió el Premio Nacional de Literatura, y se lanzaron, además, los libros ganadores de los concursos literarios del año pasado. Como parte del programa, se realizaron recitales de poesía, lecturas de cuentos y mesas redondas con personalidades de la cultura cubana y extranjera.
Una pregunta, sin embargo, nos urge: ¿todos los escritores cubanos de relevancia tuvieron la oportunidad de estar presentes en los estancos de ventas? ¿Se vendieron los libros más importantes de la literatura mundial? La respuesta es más bien negativa.
Rene Villar, un apasionado lector que nunca falta a la feria, comenta que no encontró los libros que buscaba, y que los precios en general no estaban al alcance de su bolsillo.
“Fui buscando El monte de Lidia Cabrera pero no lo encontré. Los pocos libros que me interesaban, por otra parte, costaban entre cinco y diez cuc. Mucha gente podría pensar que no es un precio tan alto para un buen libro, pero son doscientos cuarenta pesos cubanos, es decir, la mitad de mi salario como especialista en el Instituto de Geodesia y Cartografía”.
Adelaida, otra asistente habitual de la feria, intentó comprar por cantidad para revender, pero esta vez habían subido los precios de los almanaques y las postales. También de los libros interactivos y didácticos. “Los precios estaban en cuc y no me resultaba ningún negocio comprarlos».
Clara, madre de dos niñas se queja no solo de los precios, sino también de los transportes, que esta vez no estuvieron a la altura de otras veces. “Dos horas para llegar a La Cabaña y otras dos para salir. Al final tuve que pagar un auto de alquiler que me llevara hasta la casa porque las niñas comenzaron a vomitar por algo que les cayó mal. Debieron ser los panes con pastas”.
Celso Casas, antiguo profesor de secundaria y hoy custodio de un círculo social, dice que la mitad de los libros que vio en la feria eran de política. “Muchos libros sobre Fidel, el Che, Raúl Castro, Armando Hart, Hugo Chávez, y decenas de manuales de filosofía socialista. Lo interesante fue que lo que más compraba la gente era literatura infantil y libros de cocina”.
Quizás esta sea una buena reflexión sobre la Feria Internacional del Libro de La Habana: no es un acontecimiento inclusivo; solo promueve a escritores de izquierda, principalmente a los llamados “progresistas”. En los húmedos y oscuros habitáculos que fueron calabozos y sitios de torturas, faltaron muchos libros valiosos de la literatura universal. Ni en broma se podía encontrar allí un libro de Aleksandr Solzhenitsyn, Boris Pasternak, George Orwell o Mario Vargas Llosa. Ni hablar de otros escritores prohibidos cubanos como Guillermo Cabrera Infante, Heberto Padilla y Reinaldo Arenas, de los buenos escritores exiliados que no comparten la doctrina comunista, o de los escritores independientes que viven en Cuba y que no hacen buenas migas con el gobierno.
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