Ir por La Habana abogando por un trato ético hacia los animales, además de incentivando a los capitalinos al consumo de vegetales, es un despropósito que seguramente aumentará el nerviosismo y las burlas de más de uno de sus moradores.
Este es el objetivo de PETA, organización estadounidense en defensa de los animales: aumentar el consumo de vegetales, frutas, legumbres y hierbas en detrimento de los productos cárnicos. Para lograrlo, algunas de sus representantes femeninas salieron días atrás por los recovecos de la ciudad en bikinis confeccionadas con hojas de lechuga. Pero eso no es todo: alimentaron además a los perros callejeros que encontraban en su camino, entre baches, escombros y ríos de aguas albañales.
La idea es auténtica y original, pero no deja de ser un disparate si tenemos en cuenta que este tipo de promoción se lleva a cabo en un país donde los vegetales y las hortalizas son productos que se “miran, pero no se tocan”. En este caso, la resistencia no es debido a ningún decreto del Ministerio de Comercio Interior, sino a causa de la combinación de precios astronómicos y baja calidad de los cultivos a la venta.
Además, los hábitos alimenticios del cubano promedio poco tienen que ver con menús donde predomine el verde. Las preferencias se inclinan por lo rojo y no me refiero precisamente al tomate, al rábano o a la remolacha. La carne de res es un producto de ensueño, puesto que un kilogramo puede costar hasta 20 dólares, es decir, el equivalente al salario promedio en Cuba.
En cuanto al respeto por los animales, la indiferencia prima en una población cuya justificación para tener animales en la casa se centra en la idea de que quizás, algún día, terminen fritos o asados sobre la mesa.
Salvo excepciones, muchos de los que tienen mascotas protagonizan hechos abiertamente abusivos que van desde golpes hasta una precaria alimentación. El epílogo de estas acciones no es sino el abandono. Centenares de perros y gatos sobreviven en la intemperie, llenando sus estómagos con los desperdicios que encuentran en los desbordados tanques de basura que adornan las esquinas de muchos municipios.
Así, lo triste es que las pegatinas y las exhortaciones de las damas de PETA a llevar una dieta sana -como siempre, como todo- caerán pronto en el olvido. Además, el llamado al trato civilizado hacia los animales domésticos quizás tampoco tenga mucha cabida en un contexto dominado por la máxima del “sálvese el que pueda”.
La lucha por la supervivencia ha echado las bases para un pragmatismo que comienza en lo carnavalesco y termina en conductas que denotan un nivel de salvajismo general, aparentemente irreversible.
Más allá de las respetables preferencias culinarias de cada cual, el rechazo a consumir vegetales es un hecho visible. Un axioma que escucho a menudo en el vecindario será entonces la frase de cierre de esta nota: “Las hierbas son para los chivos. A mí que me den carne, y si es de vaca, todavía mejor”.
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