Historias del pasado, realidades del presente

Un joven cubano de dieciséis años, que comienza a descubrir el mundo, no cree que en 1965 era imposible escuchar libremente a los Beatles.

“Había que encerrarse en un cuarto o refugiarse en la soledad de un sótano, casi siempre de noche, sin testigos, solamente acompañado de hermanos o amigos muy fiables. Te metías en tremendo lío si se filtraba la policía” -le dice Pedro, su tío abuelo de setenta años, jubilado ya del sector comercial-. Por esos años, había incluso mujeres revolucionarias que colaboraban de manera muy consciente y con convicción en algunas tareas, e iban por la calle tijera en mano, cortando melenas y pantalones estrechos a jóvenes de tu edad que solo querían estar a la moda”.

El muchacho está confundido ante la avalancha de información que debe procesar, en un mundo, hasta hace poco, suscrito al estudio, la diversión propia de la edad y los estímulos de sus familiares en forma de regalías por sus notas en los estudios.

Logo: Asociación de Ex Confinados de la UMAP
Logo: Asociación de Ex Confinados de la UMAP

Es hijo único. Su tío, que vive en Estados Unidos, vino de vacaciones en octubre y fue sólo en ese momento que el chico escuchó por primera vez la palabra UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción). Allí, el tío había sufrido vejaciones y golpizas inolvidables.

Atónito, escucha las historias que parecen salidas de un filme fascista.

“Nos levantaban a las cinco, a veces no había desayuno, había que trabajar sin descanso hasta el mediodía, comerse la bazofia que daban y seguir otra vez hasta las seis de la tarde. Por si eso fuera poco, había que aguantar además las malas palabras, las patadas, las ofensas, incluso violaban a los muchachos más frágiles. A veces ocurrían suicidios en el campamento, suicidios de gente que no soportaba el rigor… ¿Por qué uno estaba allí? Algunos éramos homosexuales, otros demasiado religiosos, hijos de desafectos a la revolución; el abanico de posibilidades era bastante amplio. La UMAP tal vez fue una de las instituciones más duras e injustas de la primera época revolucionaria cubana. Su único fin fue sembrar y reforzar el socialismo e imponer lo que se creía correcto e indiscutible por aquel entonces”.

La cabeza del chico es un remolino. Se siente confundido. Aunque los testimonios provienen de personas amadas, muy cercanas y que jamás le mentirían, aún piensa que la revolución es un proceso justo: la continuación de los sueños de Maceo y de Martí. Sus mejores amigos son, además, dos hijos de revolucionarios, gente del Partido. Respetan a los héroes, creen en la historia, pero sus conversaciones rondan sobre el último Mortal Combat de la Play Station o ronda los temas de Yomil y el Dany, los reguetoneros de moda.

Jamás han escuchado hablar de La Damas de Blanco y de sus marchas los domingos por la Quinta avenida. Menos aún de la asociación UNPACU (Unión Patriótica de Cuba), de las huelgas de hambre de Guillermo Fariñas o de las decenas de proyectos que lleva a cabo la oposición para devolverle la democracia a Cuba.

Las partidas ilegales para este muchacho son aventuras de gente emprendedora que se lanza al mar y que intenta irse a vivir a la yuma,; no imagina la enorme tragedia que en realidad los impulsa a dar ese gran paso. No está consciente, ni siquiera, de los peligros que acompañan la travesía.

El chico pronto va a concluir sus estudios pre-universitarios. Siempre había soñado con estudiar Criminología. Por desgracia, un chasco tremendo ha echado por tierra sus aspiraciones policiales: mientras que sus dos amigos accedieron a esa beca en una escuela especializada del MINIT (Ministerio del Interior), a él (que los superaba a los dos en cuanto a puntuación se refiere) le otorgaron el Politécnico de Repoblación Forestal de Pinar del Río.

Su abuelo lo abraza, lo besa. “Eso no es nada, muchacho. No imaginas las que ha aguantado toda la familia en estos sesenta años. Mi hermano va a presentar los papeles para la reunificación familiar el mes que viene y tal vez allá puedas estudiar la carrera que te gusta. ¿Quién sabe.. quizás llegues a convertirte en un especialista del FBI algún día”.

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