Quizás por error, allá, en los comienzos de la década 1960, los cubanos pudimos disfrutar en los cines habaneros de los filmes más recientes de Luis Buñuel (1900-1983). Cuando las autoridades del régimen castrista se dieron cuenta de lo ¨nocivo¨ de esas imágenes y discursos, quedaron prohibidos para siempre.
En España, por esa fecha, pese a ser Buñuel reconocido mundialmente como un genio del séptimo arte, Francisco Franco le cerraba por segunda vez las puertas de Madrid. Era la misma época en la que Viridiana había sorprendido y desconcertado a todos los timoratos y seguidores del dictador español.
Pareciera que, por aquel entonces, el jefe máximo de la Revolución Cubana tenía ideas similares a las de su homólogo español. Se comentaba además que había surgido entre ambos dictadores una corriente de simpatía personal.
Treinta años después de iniciar su carrera, y alejado de su tierra natal desde 1937, Buñuel regresó a España con el permiso de Franco a fin de filmar Viridiana en una bella finca de las afueras de Madrid.
En 1961 se exhibe dicha película en ese y en muchos otros países, y obtiene la Palma de Oro (máximo galardón del Festival de Cannes) representando a España.
Pero Viridiana, tal vez como carta oculta de Buñuel, sorprendió, molesto y/o desconcertó a todos. Muchos se opusieron a ella. Por supuesto, Franco, el Vaticano y todo aquel que no estuviera de acuerdo con los valores primordiales de una sociedad moderna, abierta y democrática.
Su rica y fabulosa imaginación, ahora con más experiencia y madurez, desplegó con una increíble mordacidad y lucidez un mundo del cual todos somos partícipes. En Viridiana está presente el ¨rebelde¨ crucificado; un rebelde entre comillas, que aún continúa marcando pautas y reinando en este mundo, donde es tan imprescindible la autoestima y la capacidad de valerse por sí mismo, mediante la tenacidad y el optimismo para vivir.
No gustó a Franco -y mucho menos a Fidel- que en los filmes del cineasta aragonés se reflejaran ciertas ideas contra el dogmatismo. Tampoco que se demostrara el avance del reino del capital, mientras el reino religioso quedaba atrás, con el fondo de los acordes del Aleluya de Haëndel y el Requiem de Mozart.
Según dictadores y gobernantes autócratas, Viridiana no era un buen ejemplo a seguir, puesto que pueden verse de manera evidente las consecuencias de la represión. Sobre todo, porque mientras el personaje de Viridiana posee una vida de pureza absoluta, llamémosla así, con rezos y horas nocturnas de flagelación, se invierten recursos para que la finca, de la cual ella y su primo Jaime son dueños, se desarrolle y prospere.
Viridiana es un filme repleto de simbolismo, provocador y audaz, que obliga a pensar, gracias a la lucidez de un buen conocedor de la psicología humana -sobre todo, de las psicología de las masas- y un fuerte opositor a los estragos derivados de las ideologías políticas o religiosas obsoletas, como es Luis Buñuel.
El final del filme podría resultar una dura lección para los políticos que se sienten apoyados por los más humildes: es cuando Viridiana, la novicia protagonista, recoge en su rica mansión a todos los indigentes del pueblo, para ofrecerles una mesa al estilo de “La última cena” de Leonardo Da Vinci, para que coman y beban todo lo que quieran. Cuando se hartan y se embriagan de buen vino, tanto hombres como mujeres demuestran su naturaleza ambivalente, traicionan a Viridiana, lo destrozan todo, le roban y por último intentan violarla.
Una escena, sin duda, que los ojos de Fidel Castro no pudieron admitir ni soportar.
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