Trump y la Cuba de hoy en día

Las esperanzas de que la nueva administración republicana se implique a fondo en el derrocamiento de la dictadura cubana son pocas. Lo más sensato sería esperar el aumento de la retórica confrontativa y de otras acciones que ayuden poco o nada al avance de la agenda pro-democrática. Precisamente, este tipo de cosas son las que favorecen a la vieja guardia del partido único.

Foto: Mario Hechevarría Driggs
Foto: Mario Hechevarría Driggs

Una creencia implícita: el enemigo externo, mientras más belicoso mejor, sobre todo si se trata de una superpotencia ubicada a 90 millas, cuyos máximos representantes han demostrado su escasa disponibilidad a cruzar el listón del realismo político. Richard Nixon, Ronald Reagan y los Bush (padre e hijo), fueron presidentes republicanos que en su momento prometieron ponerle fin al totalitarismo antillano, logrando el efecto contrario.

El modelo fundado por Fidel Castro y sus colaboradores en 1959, salió fortalecido del intercambio de insultos y amenazas, en su mayoría hiperbolizadas por los medios de comunicación bajo el control del partido. En las semanas previas al 8 de noviembre, Donald Trump reactivó en sus discursos preelectorales la futura aplicación a rajatabla del embargo, aunque por ahora esto sea pura ficción.

Las promesas de asfixiar al castrismo mediante la fuerza, irán esfumándose a medida que se acerque el día del juramento presidencial. De hecho, ya existen evidencias de que los posicionamientos frente al socialismo que Raúl Castro se empeña en mantener a punta de pistola y transacciones de capital, están sujetos a variaciones.

El vencedor de los comicios que mantuvieron en vilo a medio mundo ya ha advertido que es capaz de lograr un mejor acuerdo con los jerarcas de la Isla. Claramente, la invasión militar con la que soñaban algunos o el desgaste que producen las sanciones económicas, parecen haber desaparecido de las opciones del magnate inmobiliario que gobernará Estados Unidos desde el 20 de enero de 2017. Llegado el momento, sabremos cuáles son las pautas y las acciones que supuestamente contribuirán a que los cubanos puedan disfrutar de cada una de las libertades fundamentales.

Por un lado, las experiencias pasadas enseñan que el tema Cuba siempre se mantiene a distancia de las prioridades, con lo cual no existen motivos para pensar que ahora será diferente. Por otro lado, estamos frente a un exitoso hombre de negocios que incursionó en la política tal vez como un divertimento. Con toda una vida dedicada al mundo empresarial, es lógico que uno de sus objetivos a mediano o a largo plazo sea el fomento de las inversiones en Cuba. Además, sectores republicanos en el Congreso han mostrado su apoyo a estas iniciativas y, lejos de aplacarse, existe la posibilidad de que crezcan durante el mandato del presidente ultraconservador. En cualquier caso, ver a Donald Trump como el libertador o el mejor aliado en la lucha contra la dictadura es una exageración, sino un absurdo.

De cierta manera todos los presidentes -republicanos y demócratas, desde John F. Kennedy hasta Barack Obama- han hecho lo que ha estado su alcance. Solo es preciso tener en cuenta que el problema cubano es uno más en la agenda, y que por delante de él se imponen intereses de mayor peso.

La solución de Cuba tiene que venir desde dentro. Es muy probable que la verdadera transición comience recién cuando los principales referentes del poder actual ocupen su sitio en los mausoleos. Esta última opinión que defienden algunos expertos dentro y fuera de la Isla, se contrapone a lo sucedido en la ex Unión Soviética, cinco o seis años antes del colapso. O sea, un cambio dado de manera más o menos pacífica, paulatinamente, y de arriba hacia abajo.

La otra alternativa sería la implosión y el caos causado por la ineficiencia del modelo económico y la corrupción. En este escenario, Trump tendría que ordenar el envío urgente de tropas para restaurar el orden. Con buena suerte, la democracia llegaría también. Quién lo sabe…

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