Vale la pena conocer bien nuestro pasado. Es seguro que por aquellos días, a principio de 1952, Fulgencio Batista había leído las graves denuncias que envió Fidel Castro al Tribunal de Cuentas. Las mismas fueron también publicadas en el periódico Alerta, dirigido por el periodista Ramón Vasconcelos, fuerte admirador de Fidel. Las contundentes acusaciones del joven de Birán responsabilizaban al presidente Carlos Prío Socarras de cometer el robo de cincuenta millones de dólares al tesoro público. Cito:
¨Yo acuso -escribió- al presidente Prío, de llevar al país a la ruina y de la adquisición de enormes extensiones de tierra que hunden a Cuba en una dinámica basada en el latifundio crónico y el retraso económico¨. Por si fuera poco, Prío fue acusado de gansterismo y de persecución del movimiento obrero, entre otras cosas.
Dice Fidel en otro de los informes entregados al Tribunal: ¨En manos de esa honorable institución está poner las cosas en orden, salvando al país del precipicio¨. El 5 de marzo, al día siguiente de salir publicado su último artículo acusatorio, Pelayo Cuervo, senador de la República, sufre un atentado al explotar una bomba que deja a varias personas heridas. De inmediato, Vasconcelos calificó a Prío de «inepto para el crimen y condescendiente con los criminales más empedernidos¨.
En la sección En Cuba de la Revista Bohemia, dirigida por Enriquito de la Osa, lo llamó ¨un civil atentado que tan poco honra nuestra condición de pueblo civilizado¨.
Ante esa realidad, Batista reaccionó a su manera y decidió dar un golpe de estado la madrugada del 10 de marzo de ese año. ¨El Ejército glorioso de la Revolución -dijo- vuelve a lanzarse a la senda del sacrificio y del trabajo para intentar la restauración de la paz ciudadana¨.
Si, como dijo, esas eran sus intenciones ¿por qué ni el Consejo Universitario, ni aquellos que tanto protestaron y denigraron el gobierno de Prío, aceptaron el cambio de presidente, aunque fuera de la noche a la mañana?
Numerosos colaboradores de la sección “En Cuba”, se pusieron de acuerdo en censurar el golpe de estado, nombrándolo un régimen de ipso y reclamando la normalidad institucional, algo que no hicieron en 1959, puesto que no simpatizaban con gobiernos basados en la fuerza.
Condenaron la cobardía de Prío, pero, ¿por qué no reconocieron sus culpas al pedir a gritos la salida del gobernante lo más pronto posible?
El 16 de marzo de 1952 escribía Enrique de la Osa, en Bohemia: ¨La esperanza en el porvenir, imprescindible a la subsistencia de los pueblos como a la de los hombres, parece hoy extinguida. Sólo una profunda fe en las reservas morales del pueblo cubano puede sostenerlos erguidos en defensa de las instituciones¨.
El pueblo cubano aceptó a Batista desde el primer momento. Seguramente pensaron que, a pesar de todo, era mejor lo malo conocido, que lo bueno por conocer. Ese mismo día, el periódico The New York Times, que se vendía desde el momento de su fundación en cualquier estanquillo del país, le puso la tapa al pomo:
¨Era natural que tal cosa ocurriera en Cuba y era también natural que el ex dictador y ex presidente Fulgencio Batista hubiera dado el golpe. Tales cosas no proceden en un ciclo claro, pero el cielo cubano, desde hace mucho tiempo, está gris y tronante. No hay razón para esperar que la vuelta de Batista produzca algún cambio básico. La tragedia de Cuba, desde el punto de vista político, es que su pueblo, evidentemente, no se ha ocupado como es debido de insistir en un buen gobierno y en luchar por él. Los ocho años que acaban de pasar desde la derrota de Batista se han perdido lastimosamente en ese sentido.¨
La ya mencionda sección En Cuba reprochó los pronunciamientos del Times. Los calificó de ¨ultra sesudo¨, ¨modelo de suficiencia¨ y ¨despectivo¨. Pero, The New York Times, tenía razón. El pueblo cubano aceptó el golpe castrense de Batista, así como el golpe de facto de Fidel Castro.
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