Tendrás que esperar a que ellas se acuesten. A esta hora lavas con el poco detergente que hay gracias a la chequera de tu madre, porque ustedes no saben hacer negocios. Trata de aprender. Vende dulces, rositas de maíz o algo así. Crees que te va a dar lo que quieres. Boba. Mientras estés sentada, el tiempo pasa y tú envejeces. Mírate en el espejo. Dime, ¿qué eres? “Te están saliendo canas y eso no es lo peor, pronto vendrán las arrugas, la artritis y la esclerosis. Eso sí es duro”, te repetían día y noche hasta que desistieron.
Ah, te levantaste, el cuarto resultaba confortable, pero es una trampa. A partir de ahora cada paso debe ser imperceptible. No te preocupes. Ella duerme. Abres el closet. Apenas tienes un pitusa, tres o cuatro pulóveres, algún vestido pasado de moda y el recuerdo del día en que luciste esa prenda de hilo contrastando con tu cabello largo, y la gente te miraba caminar junto al hombre con quien compartías cada uno de tus pensamientos. Las olas chocaban con los arrecifes, el mar se iba poniendo de un azul intenso hasta que aparecieron ellos, los de siempre, los eternos y se lo llevaron. Tú deseaste que también se llevaran el mar, sentiste que algo moría, colgaste el vestido y ahora descubres que ha pasado el tiempo; no eres la misma. Desde entonces comenzaste a concebirlo todo. Las informaciones halladas no son suficientes, te dijeron secretos de guerra, pero al fin lo has logrado. El pelo recogido es mejor. Con lápiz labial le das el toque mágico a tu cara. Luces espléndida. Espera… el bolso. Cómo puedes olvidarlo. Recuerda lo que lleva dentro.
Sin eso estás perdida. Tendrás que salir a oscuras. Claro que sabes llegar a la puerta sin hacer ruido. Cómo, ¿te molestan las zapatillas? Bueno, cambia de zapatos, sal descalza. Espera. Lala se ha levantado, encendió el televisor. ¡No se cansa de ver películas, y esta acaba de empezar! No te desanimes, a lo mejor cambia de idea. Me gusta lo que veo. La protagonista es una rubia asesina, como en muchos thrillers. Trata de vengarse de otros asesinos. Tiene un trauma y aparenta ser una persona por el día, pero cuando llega la noche… No, ni se te ocurra quitarte la ropa. ¡Lo tienes que hacer hoy! Ya la rubia entró a la casa del hombre que mató a sus padres. Sube unas escaleras. No te pongas triste, eso no sirve de nada. ¡Ahora vas a llorar!
Lala va a la cocina. Se prepara un vaso de agua con azúcar. Mira que esa muchacha tiene calma, como si se tomara una malta con leche. Y cada vez te queda menos tiempo, quieres salir, pero ella se interpone, te preocupa lo que pueda tramar esa cabeza en caso de sospecharlo. La película avanza, la protagonista está asesinando a quienes incendiaron su casa y acabaron con la familia. Y tú, secándote las lágrimas, dando vueltas, respiras agitada, sientes que Lala se acerca, va directo al bolso, lo abre y grita tan alto que tienes que taparle la boca, forcejean y tú quedas atada a una silla. Faltan minutos, no puedes fallar. La ves en cualquier parte, se confunde con tu sombra. No puedes deshacerte de ese bolso. Sientes su silencioso ritmo, late como un corazón al acecho, pero lleno de fuerza. El tiempo marcado por el reloj puede destruir en segundos lo que odias. Repasas las acciones. Mueves las piernas y los brazos, pero la atadura es perfecta. Tu boca tapada con cinta adhesiva te provoca más rabia. Se pasa la mano por la cabeza. Va al teléfono. Marca un número. Mira por las persianas. Algo le preocupa.
Ahora sí se jodió esto. Vas a tener que cambiar los planes. Parece que tu hermana lo ha descubierto todo y puede suceder cualquier cosa.
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