Pedro Figueredo Perucho, vecino de Palma Soriano fue trasladado la semana pasada al hospital de Santiago con insuficiencia renal aguda, fiebres, escalofríos y pérdida del conocimiento. Aunque sus familiares se esforzaron en ingresarlo, les resultó imposible, ya que los médicos dictaminaron que su tratamiento debía realizarse en casa o, eventualmente, en su localidad de residencia.
Casi un mes más tarde, aún no le han hecho ninguno de los análisis complejos requeridos. “Tuvimos que regresar a Palma de madrugada, en un camión, de pie. Mi padre no puede comer desde hace varios días y lo peor es que tiene problemas para orinar. Está muy mal”, cuenta su hijo, Pedro Michel Figueredo.
Irma, su esposa, desesperada al ver que la salud de su marido se resquebraja cada vez más, dice: “Hemos ido dos veces a ver a un urólogo a San Luis, que es lejos de aquí. Todo es gastos y más gastos, pero al final no se resuelve nada”.
Este, sin embargo, no es un Perucho cualquiera, sino el tataranieto del patriota que, sobre la montura de su caballo, escribió las notas del himno nacional cubano, cantado todas las mañanas en las escuelas al izarse la bandera y en cada uno de los actos oficiales.
“Esto de ser descendiente del Perucho que escribió el himno, jamás nos ha servido de nada. Al contrario, nadie nos relaciona. Es una injuria vivir así: en una casa de mala muerte, sin empleo, sin una adecuada alimentación, sin atención médica”, dice Yanet Figueredo, su otra hija.
De joven, Figueredo Perucho fue un genio de las salas de máquinas y marino mercante, ocupación que lo llevó por medio mundo gracias a su preparación y conocimientos técnicos. Su familia vivió con holgura hasta que cayó el bloque socialista y la economía tocó fondo al instaurarse el Período Especial. Por aquel entonces, el gobierno tuvo que cerrar muchos frentes y sectores, entre ellos el de la marinería, donde vendió hasta sus barcos.
Llegó así el eclipse a la familia, el deterioro de la vivienda, la falta de dinero, la ración fría, la constante inventiva. Figueredo Perucho tuvo que dedicarse a la mecánica. Llegó a ser el más famoso de Palma Soriano arreglando todo tipo de motos y autos, pero todo a cambio de algo insólito: no cobraba un centavo, porque decía que la situación estaba dura y que entre cubanos teníamos que ayudarnos. De vez en cuando era recompensado por algún director de empresa que le hacía un regalo por sus servicios, o por personas con solvencia económica que lo obligaban a aceptar unos dólares, sin entender el altruismo de aquel pobretón de la calle Paquito Borrero.
En el 2001 participó en el Proyecto Varela que exigía al gobierno, mediante una determinada cantidad de firmas, la realización de un plebiscito. “Estaba ilusionado con aquella forma de lucha pacífica. Creía cumplir un llamado del deber”, aseguro el mismo Pedro ya hace tiempo.
Por esa causa, la policía política le preparó una encerrona y tras una maniobra bastante confusa, lo sancionaron por un delito común a cuatro años de privación de libertad en el Centro Correccional El Caguayo, donde cumplió su condena hasta el último día exigido.
Al obtener la libertad se desgastó escribiendo al Programa de Refugiados de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana que al final dictaminó su caso como “inaplicable”. Sus ansias de alcanzar la libertad fuera del país se ahogaron por completo. Lo aplastó la depresión, sus riñones colapsaron.
Hoy la familia Figueredo busca desesperadamente, con los pocos recursos que le quedan, atención médica y tratamientos porque temen por la vida de Figueredo Perucho, que día a día palidece en cuerpo y espíritu un poco más.
“Morir por la patria es vivir” dice Pedro Michel mientras despluma una paloma para hacer con ella un caldo. “En verdad son palabras bonitas, de poema, pero lo cierto es que mi padre tal vez esté muriendo por la patria como más de uno de sus antepasados. A fin de cuentas, pareciera como el destino absurdo de nuestra familia”.
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