¿Eran un grupo de locos? ¿De románticos incorregibles? ¿Se soñadores extravagantes? ¿De seres que se imaginaron alcanzar la luna con una mano?
Eran un grupo de cubanos que a fuerza de valentía, empecinamiento y amor a la libertad, trataron de fundar un periódico para denunciar las violaciones a los Derechos Humanos que se cometían en Cuba.
El Partido Pro Derechos Humanos de Cuba –PPDHC- que representaban, estaba creado desde el 20 de julio de ese mismo año, 1988. Sólo le faltaba tener su órgano de prensa, un simple y sencillo periódico de tres o cuatro páginas, hecho todo de forma manual, para darlo a la luz clandestinamente.
En el apartamentico interior de un viejo edificio situado en la calle Reina y Lealtad, vivía la familia González y González. Lidia, Manuel su esposo y sus hijos Isis y Manolito, de 20 y 26 años respectivamente, todos trabajadores, personas humildes y honestas.
En 1980 habían entrado a la embajada del Perú, porque querían respirar la libertad de Estados Unidos y fueron engañados, abandonados a su suerte, tildados de escoria y maleantes en la prensa castrista. Más tarde, los cuatro ingresaron al PPDHC, recogieron firmas para solicitar un Plebiscito a Castro. Se destacaron como firmes activistas de la oposición pacífica.
En una máquina de escribir, junto a la música de una radio para que no se sintiera mucho el teclado constante, esta familia y varios activistas más confeccionaron el periódico Franqueza, no sólo para que fuera distribuido entre las decenas de miembros que ya tenía el Partido, sino también a vecinos y transeúntes de las calles habaneras.
El alma de aquel proyecto, el médico psiquiatra Samuel Martínez Lara, fallecido en el exilio años después, puso nombre y energía para que el periódico pudiera salir en más de dos oportunidades.
En un calabozo de la prisión de mujeres Manto Negro, en diciembre de 1988, recibí un ejemplar de Franqueza. Mientras lo leía, no podía creer lo que estaba viendo. Mis hermanos se habían atrevido al fin para que el Partido tuviera su propio órgano de divulgación, para que en Cuba, como ocurría y aún ocurre, no sólo se publique lo que Fidel Castro decide, como dueño del país.
El desenlace de tan tremenda osadía, por supuesto que lo imaginamos todos. A los pocos días, Lidia y su esposo, más su hijo Manolito, fueron a prisión. Lidia fue mi compañera de celda. Cumplidas sus injustas condenas por el supuesto delito de Propaganda Enemiga, marcharon al exilio de Miami.
Aquel pliego de papel blanco, doblado en cuatro, bajo el nombre de Franqueza, había molestado demasiado a Fidel Castro. Lo dejó dicho claramente durante su discurso del 26 de julio de 1988: ¨En Cuba no toleraremos partidos de bolsillo, ni otra prensa que no sea la del pueblo.¨
Pero había que abrir la fisura en la roca de tan dura pared, había que demostrarle al dictador que en Cuba había hombres y mujeres con valor, que él no tenía ningún derecho a decir la primera y la última palabra.
El tiempo nos ha dado la razón.
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