De poetas cubanos y otros cuentos

El poeta Guillermo Rodríguez Rivera murió a mediados de mayo y fue velado por la dictadura castrista, como muchos otros artistas de renombre. A pesar de haber sido un excelente escritor, con numerosos libros publicados y profesor universitario durante décadas, no le otorgaron el Premio Nacional de Literatura como desde la perspectiva de muchos se hubiera debido.

Guillermo Rodríguez Rivera. Foto: Tania Díaz Castro
Guillermo Rodríguez Rivera. Foto: Tania Díaz Castro

La verdad es que por muchos años no mantuvimos una amistad muy profunda, a pesar de habernos visto con frecuencia en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), de la que ambos fuimos fundadores. En tiempos pasados, Guillermo pertenecía a un grupúsculo de poetas que solía mirar a la dictadura, totalitaria y militar de los hermanos Castro, a través de espejuelos con cristales de color de rosa. No querían ver el terror.

Pasaron los años y muchos de ellos se fueron a vivir a países capitalistas. Los que se quedaron en Cuba, ¨los quedaditos¨, poco a poco despertaron a la realidad, hasta convertirse – Dios los tenga confesados – en una especie rara de disidentes u opositores políticos, unos con canciones de protesta, otros desnudos entre lobos, y el resto con disfraces insospechados.

Fue a partir de 2015, por esos caprichos del destino, que Guillermo y yo nos hicimos amigos por teléfono. Empezábamos a comprendernos por primera vez en la vida. Me confesó que le había gustado mi viejo libro de versos Todos me van a tener que oír y le envié con mi amigo y periodista independiente, Jorge Luis González, mi último libro, Inventar un hombre, publicado por Ediciones ZV Lunáticas, de París. Quizás fue en broma le pregunté: “¿Serías capaz de comentarlo?”.

En cierta ocasión lo invité a escribir para la web de CubaNet, pero Guillermo tenía miedo. Pese a la negativa, me di cuenta de que lo iba a pensar.

Guillermo escribía crónicas para el blog Segunda Cita, un espacio de debate y reflexión, según señala su colaborador principal, el cantautor Silvio Rodríguez. Las crónicas de Guillermo, ¨suavecitas dentro de la Revolución¨, como las cataloga a veces mi colega Luis Cino, las he leído solo en alguna ocasión. Los molinos de viento eran demasiado fuertes y sus reflexiones resultaban pálidas, cuidadosas y precavidas, aunque daban una idea de cómo progresaba la valentía de estos intelectuales, ante el espectáculo de un régimen apuntalado con generales privilegiados, muchos de ellos repartiendo limosnas a sus protegidos.

Es posible que el más sobresaliente de todos ellos fuera el poeta Víctor Casaus, quien tiempo antes y desde el Comité Central del Partido Comunista, miraba a sus amigos en espera de inesperadas convulsiones para hacerles la cruz. No recuerdo si alguna vez llegó a formar parte de debates en la prensa durante los primeros años de la dictadura, como muchas veces él mismo sugiere. Por algo pudo llegar a las ramas más altas del árbol hoy tan enfermo que son las instituciones cubanas, mientras sus viejos amigos, también poetas, decidían salir del closet y enfrentarse de alguna manera a lo negativo que veían a su alrededor.

Según Casaus, sólo quienes componen Segunda Cita ¨mantienen el espíritu activo¨ y ¨la mente funcionando en muchas direcciones¨. Pero, ¿acaso no se atreven a admitir que la juventud cubana, en vez de preferir el blog Segunda Cita, se empeña y logra conectarse a cubanet.org?. No es solo que a esta página web se conectan millones de lectores a diario. También escriben allí, de manera dura y directa, sin guante, decenas de periodistas y escritores cubanos, soportando de tanto en tanto acosos, represalias y venganzas palaciegas.  Bajo las garras de un bloqueo interno que no les permite aparecer en los medios de prensa públicos y accesibles a todos, son una especie de víctimas. Quién sabe, quizás ese sea el precio a pagar por el deseo de hacer llegar la verdad a más de uno.

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