De Cuba se han ido los valientes, los emprendedores y los que nacen con iniciativa propia y son capaces de llevarlas a cabo. También, se han ido los que no se amedrentan en comenzar ganando cuatro kilos en un país muy distinto al suyo, con un idioma distinto. El exilio no es cosa de juego. No es un Edén donde los árboles dan el fruto en la mano. Es lucha, tesón, perseverancia, sacrificio.
De Cuba tuvieron que irse los presos políticos, ya viejos, echados a bayonetazos cuando las autoridades les abrieron las celdas. Esos presos políticos, amantes de la vida, tuvieron el derecho a vivir en un país libre y amigo.
En pocas palabras: el exilio es la separación voluntaria o forzada de una persona de la tierra en que vive.
Había, hasta hace poco, un periodista cubano, Luis Báez, con unos treinta libros publicados. Según la dictadura de los Castro su obra fue una fuente imprescindible y testimonial de toda una época. Fue el mismo que repitió que el exilio cubano fue inventado por los Estados Unidos. Quiso demostrarlo en su libro Miami. Donde el tiempo se detuvo, pero no pudo. Para ese propósito escogió a un viejo amigo de Fidel Castro, Luis Ortega, un supuesto “profesional brillante”, que no es más que un tenebroso personaje de la prensa de los años cincuenta… un artista de la infamia, la trampa, la mentira sin límites.
El libro, claro está, anda perdido. Buscarlo, es como buscar una aguja en un pajar. Debe estar en algún estante casero de los libros de un General o en una biblioteca de la cúpula gubernamental, inaccesible para el pueblo.
Su presentación fue hecha a puertas cerradas en el Ministerio de Relaciones Exteriores la tarde del 10 de marzo de 2001 y poco se divulgó en la prensa nacional. Describir el contenido de este libro con sinónimos apropiados, no es necesario. Por sí mismo demuestra que el señor Báez resbaló con una cáscara de plátano y rodó pendiente abajo ante una realidad aplastante: el exilio de los cubanos en los Estados Unidos se compone de más de dos millones de habitantes.
Entre todos ellos se encuentra “el brillante profesional¨ ya mencionado que años después regresó a La Habana y le sacudió del hombro la ceniza de tabaco al Dictador. Se ofreció para colaborar en el libro ya citado, ganar unos pesos y volver. Dijo una vez: “a la tierra del asilo, la que no es la libertad.”
Allí, seguía diciendo que los cubanos eran unos energúmenos disfrazados de exiliados, capaces de volar sobre Varadero para matar turistas. Dijo también que sus dirigentes estaban literalmente incapacitados para discutir de política, y rechazó abiertamente la idea de un gobierno cubano en el exilio, argumentando que se trataba de un viejo sueño de los patriotas de ayer. Ni siquiera admitió que, en el año 1961, 22 organizaciones anticastristas eligieron como presidente en armas a Carlos Márquez Sterling.
Luis Ortega, este señor tan controvertido, no recuerda que Fidel expresó en los primeros años de Revolución que sus cárceles guardaban a más de diez mil condenados a largos años por motivos políticos y por gritar en sus kilométricos discursos “que se vayan, que se vayan” a todo aquel que no fuera revolucionario.
Culpa a Estados Unidos de que en Cuba haya una dictadura al estilo estalinista y al artificio del exilio montado por el Pentágono.
Sin embargo, el fracasado y exiliado Luis Ortega se declara fundador del exilio porque no participé en el proceso revolucionario, porque nada tengo que ver con la Revolución y sólo he sido victima de ella¨. Por si eso fuera poco, se atreve a mencionar exiliados famosos de otras épocas como Villena, Fernández de Castro, Calixto García y Zayas, pero no a José Martí ni a Mario Chanes de Armas ni a Huber Matos…
Es lógico que dijera a Báez que “la palabra Patria la usa con repugnancia, porque detesta la retórica¨, que no niegue que Fidel lanzó al país a la ruina para salvar una supuesta dignidad.
Por último, no deja de mencionar a los espías de Batista, cuando en el Miami de los años cincuenta vigilaba a los exiliados, pero calla a los de Fidel, porque tal vez este viejo pillo, perverso, siniestro y sinvergüenza, fue uno de ellos.
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