Ni siquiera debo decir su nombre. Mucho menos poner aquí su foto. Es por eso que dudo aún si me debo lanzar a escribir sobre esta treintañera, muy parecida (por lo linda, alta y esbelta) a Julia Roberts, la actriz norteamericana.
Me dice que quiere hablar conmigo desde hace algún tiempo, pero que se decidió luego de leer lo que fue publicado en el periódico Juventud Rebelde el pasado 21 de octubre, cuando en la Sección Sexo Sentido, apareció un extenso comentario sobre el bisexualismo.
Su vida no tiene nada de extraordinario. Trabaja en un hospital. Su padre biológico era médico y murió cuando ella tenía diez años. Era un hombre cariñoso, tierno y muy comprensivo de quien guarda los mejores recuerdos. Luego, tuvo un segundo padre, el esposo de su madre, tan buena persona y tan querido por ella como el primero. Dice que ha vivido en un ambiente familiar normal, con dos hermanos varones que son sus mejores amigos.
Esta muchacha, sin embargo, guarda para sí lo que es su vida privada. Nadie de su familia sabe de sus gustos particulares en lo que hace al amor. Piensa que no es necesario dar a conocer a los gritos los pensamientos más íntimos del ser humano.
No pertenece a la Cenesex (Centro Nacional de Educación Sexual) que conduce la hija del presidente cubano. Toda esta institución le parece un mero carnaval con trompetas y cascabeles, un mero carnaval para seguir a Mariela en su empeño por borrar las historias terribles que los primeros años de la Revolución documentan contra los homosexuales.
Sabe que los psicólogos de la Cenesex no perciben a una persona bisexual como algo normal. Incluso sabe que, a estos, esos mismos psicólogos les recomiendan acudir al psiquiatra, porque no creen que esa costumbre, inclinación o como quieran llamarle, sea un signo de salud física o mental.
«¿Usted se imagina -me pregunta sonriendo- cómo reaccionaría un psiquiatra, si con esta cara que yo tengo, le digo que me gustan las putas lindas, que me siento dueña de mi vida y de mi cuerpo, y que disfruto a plenitud de la libertad interior que poseo? Jamás he dejado de sentirme mujer. Mucho menos en los momentos de amor y placer, porque para mí es maravilloso estar también con un hombre. Creo en la pareja estable, sí, por supuesto».
Me cuenta esta muchacha que lleva ya más de cinco años en relaciones amorosas con una señora casada. Que la visita a diario cuando el esposo se ausenta por cuestiones de trabajo.
Le pregunto si él lo sabe o se lo imagina.
“Ninguna de las dos cosas. Ellos se quieren mucho, se necesitan porque llevan casados más de diez años. Tienen dos hijos. Él es un hombre tranquilo, pero yo soy una segunda vida para ella, otra parte que completa su felicidad, el amanecer que necesita en las noches de soledad. ¿Se entiende eso?”
Esta muchacha me confiesa que a veces tiene deseos de casarse con un hombre que la comprenda y la acepte tal como es. Un hombre con el que pueda ser ella misma, aunque todavía no lo haya encontrado.
“Sin embargo, sé que existe. Sé que está por llegar, sé que en cualquier momento podría encontrarlo porque, por sobre todas las cosas, la vida es así de maravillosa. ¿Qué ponga en una balanza cada sexo y le diga rápidamente cuál es el que prefiero?”
Ella, parafraseando la respuesta del célebre cantante cubano Bola de Nieve (‘Soy un caballero que gusta de los caballeros’), me responde: «Yo no soy un bicho raro. Soy una dama que gusta de las damas y de los caballeros».
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