Una serie de sucesos ocurridos en Romerillo, provoca el desasosiego de sus habitantes y debiera llamar la atención tanto del gobierno, como de las autoridades del municipio Playa.
Enclavado muy cerca de la 5ta. Avenida y de varios sitios emblemáticos como el Palacio de las Convenciones y el parque infantil ‘La Isla del Coco’, el barrio Romerillo fue famoso antes del triunfo de la Revolución por sus clubes, bares y fondas, muy visitadas por gente local y turistas extranjeros.
Haciendo un poco de historia, podríamos decir que en 1959 desapareció el comercio del lugar y el barrio creció notablemente, ya que muchos cubanos de diferentes provincias venían a la capital en busca de mejores condiciones de vida. Este éxodo se acrecentó con la llegada del período especial en tiempo de paz, siendo en ese momento cuando se fundaron los asentamientos conocidos como El palo y La aldea, donde predomina el hacinamiento y las casuchas en pésimo estado.
“Este barrio es violento por naturaleza”, dice Tonito, que reside en el pasillo ‘del gordo’. “En los últimos días los hechos de sangre han aumentado y la gente explota con una facilidad que da miedo. Anoche machetearon a un amigo mío en la parada de la calle 9na. Y hace unos días mataron a otro joven a puñaladas, en el mismo sitio donde habían tasajeado antes al babalao Pititi”.
Katia y Marlene, dos residentes del barrio, estuvieron cuatro días presas en la estación de policía conocida como ‘la quinta’ por alteración del orden público. Katia, natural de Guantánamo, vive en La aldea desde hace veinte años y asegura que la situación es compleja.
“A veces no son los residentes de Romerillo los que empiezan los problemas. Este barrio tiene azúcar y aquí se encuentra de todo, si me entiendes… La gente de otros sitios vienen a guarachear y cuando se ‘vuelan’ entonces ahí viene el lío. Ese día mi hija Marlene y yo veníamos muy tranquilas por la calle y unos tipos de Pogolotti nos faltaron el respeto. ¡A nosotras, que no le dejamos pasar una a nadie! Ahí mismo comenzó la bronca. Cuchillos, machetes, piedras, dos mujeres contra tres hombres, desde el pasillo ‘del gordo’ hasta la misma puerta de mi casa, dándonos con todo”.
“Mi hermano Giro estaba durmiendo, se despertó con la gritería y salió a apaciguar, añade Marlene. “Fue él quien cogió los machetazos. Lo picaron en la cabeza, en el brazo y le cortaron un dedo. Ahora tiene que operarse. ¿Quién dijo que en una bronca hay que meterse a pacificar la situación? ¡En una bronca hay que darle a cualquiera que se te pare delante!”.
Luis Padilla es sociólogo y vive muy cerca de este barrio marginal del noroeste habanero. Intenta explicar las causas que provoca la notoria inclinación de los habitantes de Romerillo a solucionar las diferencias por medio de la fuerza bruta.
“Es que la pobreza genera violencia”, dice Padilla. “La gente de este sitio tiene poco dinero, que no le alcanza para suplir sus necesidades fundamentales. Viven mal, se alimentan mal, duermen mal, beben todos los días para ‘matar las penas’ y los que se liquidan son ellos mismos. Los cubanos de por sí somos ruidosos, exagerados, desmedidos y poseemos un lenguaje agresivo. En los barrios marginales estas características se cuadruplican. Su mecanismo de autodefensa es la guapería y la constante manifestación de superioridad ante sus semejantes”.
Cacha, que es jubilada de la construcción, comenta:
“En el ‘pasillo de Pititi’ casi todos los hombres han estado presos alguna vez. Por droga, por homicidio o por robo a mano armada. Allí también hasta una mujer le dio candela al marido, por pegarle y abusar de la hermana. No puedo asegurar que este sea el barrio más malo de La Habana, pero cada fin de semana hay una pelea y un hecho de sangre”.
Nereida, una anciana que vive en una vivienda con la fosa desbordada y ya no sale de su casa, sentencia:
“No solo el puñal y el machete matan en La aldea. El alcohol y la mala suerte también son armas que se llevan a la gente de este barrio. Ayer murió un matemático que vivía en el otro pasillo y era una eminencia, pero el alcohol acabó con él. No llegaba a los cuarenta años y parecía tener ochenta. Y el día anterior había muerto otro profesor frustrado, al que llamaban ‘el rebola’. Trabajaba de jardinero en 5ta. avenida y estaba podando un cantero cuando vino un cubano americano borracho que perdió el control del vehículo, se subió en el separador y le pasó por arriba. Tuvieron que velarlo con la caja cerrada, ya que por más de que intentaron reconstruirle la cabeza no lo consiguieron. Dos tragedias que llegaron a mis oídos. ¿Pero y las otras… esas que existen y uno jamás llega a conocer?”.
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