El parque de diversiones Coney Island de La Habana fue en su momento una de las atracciones más famosas de Latinoamérica. Estaba situado en una zona muy céntrica y abarcaba un extenso territorio desde la playa La Concha hasta el Fruticuba de la calle 112.
Frente al Coney se erigían muchos restaurantes que vendían todo tipo de comidas: Rumba Palace, La Cocinita, el Mare Aperto y Himalaya, por mencionar alguno de ellos. En la acera abundaban además los carritos de fritas, y existían muchas fondas y bares en los alrededores que le daban a la zona un aspecto cosmopolita. Varias celebridades paseaban por allí y quedaban maravilladas con la casa de los cristales, la mujer de quinientas libras o la gran montaña rusa. El parque de diversiones se volvió en poco tiempo un lugar importante que funcionaba como modo de distracción, de encuentro, de citas, etc.
Las cosas cambiaron a lo largo del tiempo: con el triunfo de la revolución desapareció el comercio de los particulares y el Estado sumió la zona en un largo inmovilismo. El barrio en el que estaba situado el parque empobreció, y aunque el Coney continuó, por inercia, durante algunos años siendo el sitio favorito de provincianos y habaneros, el tiempo y el socialismo se encargaron de destruirlo. Poco a poco se fueron deteriorando los aparatos y las instalaciones. Finalmente el parque se cerró y aquello se convirtió en pasto del olvido.
Por más de veinte años, ese sitio que alguna vez fue una muestra del desarrollo urbano de la década de 1950, se mantuvo como un gran solar yermo. En el año 2000 los chinos suscribieron un convenio con el gobierno cubano para instalar un parque de diversiones compuesto de veinte aparatos al estilo chino llamado la Isla del Coco.
En una reciente visita a este parque no hace tanto, pude constatar la pálida asistencia a sus instalaciones: solo tres familias visitaban el parque. Solo seis niños montaban y volvían a montar los mismos y únicos cinco aparatos que hoy quedan con vida en el parque, en gran parte, debido a la mala administración y el fantasma de la inoperancia.
Aunque la jornada laboral ya había terminado, aquel día comprobé que las empleadas encargadas de accionar los aparatos continuaban brindando servicio. “Para ver si ganamos un poco más con el cobro sin ticket de las vueltas, claro…”, dice Elsa, responsable de las Sillitas Voladoras.
Allí, los muchachos no querían parar de dar vueltas, y sus padres los complacían dejándolos gozar. Mientras, Elsa les explicaba que el parque había sido una donación china, pero que según la gente mayor, hoy no pasea por ahí ni la décima parte de los visitantes que visitaban el antiguo Coney Island.
Javier, encargado del aparato llamado El dragón del amor, dice que los trabajadores han escrito al Poder Popular y al Partido reclamando mejoras, pero que el parque cada vez está peor. Nadie ha hecho nada para que la situación cambie al menos mínimamente.
Gisela, empleada del Carrusel, ofrece otra vuelta a los seis niños mientras cuenta que a veces pasa ocho horas en su puesto de trabajo para dar servicio a dos niños en todo el día.
“Este parque pertenece a la empresa Recreatur. El director está preso y el subdirector está bajo medida cautelar. Aquí la corrupción ha sido muy grande. Mira cuantos aparatos rotos: el barco pirata, el pulpo, los platillos voladores, el elefante, la montaña rusa… Viene muy poca gente al parque pero además ¿para qué? ¿A montar solo unos cinco aparatos y no poder acceder a nada de comer? Hoy lo único que hay es refresco. Javier puede contarte más, es el secretario del sindicato”.
“Sindicato ficticio”, replica Javier. “Aquí esto es desolación y mentiras, nada más. El salario de los que trabajamos con el público son doscientos cincuenta pesos, tal vez uno de los más bajos del país, mientras que la brigada de mantenimiento gana miles. Pregúntate tú ¿han arreglado algo en algún momento? El elefante está parado por una pieza desde hace dos años. Ya trajeron la pieza, ahora hay que esperar a que venga el chino a ponerla. Al pulpo se le pudrieron las patas y es un aparato que ya no tiene arreglo. La montaña rusa se ha convertido en un dinosaurio en exposición. Y lo mejor de la recaudación del parque se la llevan los cuentapropistas que al menos algo más atractivo ofrecen.
Un parque de diversiones en Cuba es esto. Diversiones aquí podría ser una palabra que más de uno se sentaría a discutir.
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