Hoy uno de los fenómenos más interesantes en la sociedad cubana es la proliferación de medios alternativos, independientes, incluyendo aquellos que no obedecen al gobierno pero tampoco a la oposición. Esta riqueza de voces articuladas que se dejan ver, más que oír, sobre todo en soporte electrónico, es una significativa superación de esfuerzos y experimentos desarrollados en años recientes, como fue el uso de correos electrónicos para “publicar” noticias y opiniones de tú a tú, los blogs personales, el envío de pdf, o la impresión de boletines y hojas sueltas.
Estos nuevos y más organizados medios —14ymedio, OnCuba, El Toque, Periodismo de Barrio, El Estornudo, entre otros— pueden existir sólo gracias a servidores informáticos, patrocinadores o al menos ayudantes voluntarios desde el exterior, pues no cuentan con apoyo del gobierno que acapara todas las infraestructuras. Asimismo dependen de la hendija que significa el acceso a Internet. Por un artículo publicado en estos sitios, su autor puede ganar tanto o más que alquien contratado en un periódico oficial durante varios meses. Estas nuevas condiciones materiales, además de sus propias libertades, les permite desarrollar el periodismo de investigación entrando en zonas tabúes y problemáticas que de otro modo quedarían ocultas.
Lamentablemente, su lector mayoritario sigue siendo el que radica o transita por el extranjero. Lo caro del servicio en el país provoca que las horas de navegación se reserven fundamentalmente para la comunicación entre familiares y amigos; el uso de redes como Facebook y el Imo para las videollamadas. Aunque llegan también a la población en la isla, impactando a un público muy maltratado por el lenguaje propagandístico, necesitado de descubrir y leer su realidad sin el maniqueísmo y la superficialidad de los discursos politizados, ni de un lado ni del otro. El paquete semanal, es una opción que muchos de ellos aprovechan para darse a conocer con una visualidad atractiva, y un lenguaje que atrapa por su carácter desenfadado.
A mí, que llevo muchos años intentando armar un proyecto de revista cultural independiente (Árbol Invertido), que se me ha ido la vida que podría dedicar a escribir tratando de darle forma a un espacio desde donde conectarme socialmente, publicar y leer, como un hábitat simbólico de libertad, no es menos cierto que me resulta a veces enigmático ese andamiaje con que llegan y se imponen determinados medios en un margen alegal o casi ilegal. Sin embargo, sería un despilfarro dedicar energías a cualquier intriga. Ya existir uno mismo, que te lo permitan, puede causar paranoia frente al espejo. No me importa de dónde vienen ni de qué materiales están hechos estos medios que amplían, diversifican y complejizan el lenguaje discursivo en Cuba, todo para bien. Tampoco me importa la identidad estructural y profunda de las personas con quienes converso cada mañana en la puerta de mi casa. Me importa qué reflejan. Reflejan la realidad que nunca ha aparecido ni puede aparecer en aquellos órganos partidistas que, de acuerdo con su naturaleza, hacen trabajo de propaganda.
Lo atractivo, lo asequible, pero que resulta al mismo tiempo lo complicado para la policía del pensamiento, es la zona neutral en que se posicionan algunos de estos nuevos medios cuando evitan definirse en términos políticos perentorios, no están a favor ni en contra, sino que abogan por su autonomía basados en la pertinencia profesional y la función social del periodismo, valores que estaban casi liquidados en el contexto cubano. Incluso muchos periodistas son literalmente profesionales de la esfera, graduados universitarios con las mejores herramientas del oficio. En vez de hacer periodismo de trinchera o lanzar denuncias, narran la vida y tratan de que las verdades se desnuden solas. Tienen la credibilidad de no ser juez y parte, lo que aumenta su alcance. Aunque puede notarse que, también, se cuidan a veces las espaldas rechazando el potencial noticioso de los eventos asociados a la oposición y pasando de largo ante los temas que comprometa la sensibilidad de los más altos dirigentes.
Ya en la calle, con el diploma colgado en casa, quizás los persiguen otros fantasmas, otras presiones no muy diferentes del seguimiento ideológico con que se formaron en universidades estatales bajo el eslogan de “la universidad es para los revolucionarios”. Deben jugar mucho con la cadena y lo menos posible con el mono. Son humanos. Se esfuerzan en relativizar y cuestionar dogmas impuestos, revirtiendo a veces los puntos de vista oficiales desde las mismas premisas con que se atrinchera el poder, aunque tengan que sortear un sinnúmero de análisis casi pueriles para llegar a lo obvio, como se convence a un niño malcriado. Se arriesgan. Sienten en carne propia que el “otro” puede ser cualquiera de nosotros. Han sido obligados a escoger entre trabajar en los medios estatales o colaborar con los alternativos. Pero cualquier ataque, desde cualquier bando, aumenta su credibilidad y contribuye a delinear mejor sus rasgos.
Después que el equipo de Periodismo de Barrio visitó las zonas afectadas por un ciclón y fueron conminados a abandonar ese trozo de la patria —otros reporteros independientes, por dar el mismo paso, habían sufrido días de cárcel—, y cuando publicaron crónicas y editoriales al respecto, dignos de encomio, por eso, no dudé en hacer un acto mínimo de solidaridad, aunque totalmente sincero; entré a su sitio y puse con mi nombre y dirección este comentario: “Mis respetos, y mi apoyo”.
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