Cuando Fidel Castro se hizo con el poder político en Cuba tras la fuga de Fulgencio Batista, una de las primeras medidas que tomó para no perder poder fue el suprimir la libertad de expresión, reglamentada desde 1948 a través de la Declaración de los Derechos Humanos.
Su primer paso lo dio en la Biblioteca Nacional José Martí en La Habana un 16 de junio de 1961. En dicho lugar se llevaron a cabo tres encuentros con un grupo de escritores cubanos. Fue de una de esas reuniones a puertas cerradas que salió su famosa frase impuesta como una espada de Damocles sobre las cabezas de los intelectuales: ¨Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada¨.
El célebre dramaturgo y poeta Virgilio Piñera -disidente declarado de la dictadura, vigilado por agentes de la Seguridad del Estado de manera constante- tuvo valor para expresar delante del Comandante en Jefe que sintió miedo por sus palabras. No miedo a su persona, sino de la tragedia que imaginó se avecinaba para sus colegas. Seguramente él mismo se preguntó ese día cómo escribir entonces, si el que motiva para escribir es el corazón del hombre.
Por esos mismos días, vimos por primera vez en nuestro cielo cubano -vaya casualidad, amenaza o presagio- aviones Migs soviéticos de combate volando como custodios de otra dictadura procomunista en un continente libre.
Era evidente que el nuevo mandatario sentía temor ante la libertad de expresión que podía ser utilizada por la masa intelectual. Él sabía muy bien cuán necesaria era la prensa para “perfeccionar” una sociedad, dado sus años de opositor.
El precio que pagó Cuba fue sumamente alto. Perdió a muchos de sus intelectuales -tal vez los más valiosos-, algo que quedará para la historia como otro de los crímenes de la dictadura, porque matar la inteligencia, condenarla a prisión, o bien hacerla huir o morir, sí, es también un crimen.
La tragedia vivida por nuestros intelectuales comienza con aquellos que conocieron las prisiones de Fidel Castro, continúa con los que se vieron forzados a emigrar y termina con los que guardan silencio.
Todos, sin excepción, son las víctimas de un sistema donde no existe la libertad de expresión, donde aún vivimos condenados a una sola voz vigente, donde se nos niega el derecho a la libertad de reunión y asociación.
Los nombres de muchos de ellos para que no se olviden:
Escritores en las cárceles de Fidel Castro: Jorge Vals, Angel Cuadra, Heberto Padilla, Lina de Feria, Manolo Ballagas, Reinaldo Arenas, Teo Espinoza, René Ariza, José Antonio Zarraluqe, Fernando Velázquez, Reinaldo Bragado, María E. Cruz Varela, Tania Díaz Castro, Raúl Rivero, Manuel Vázquez Portal, Angel Santiesteban y otros.
Los más famosos escritores que partieron al exilio: Jorge Mañach, Lidia Cabrera, Guillermo Cabrera Infante, Enrique Labrador Ruiz, Gastón Baquero, Heberto Padilla, Belkis Cusa Malé, Manuel Díaz Martínez, Carlos Alberto Montaner, Reinaldo Arenas, Eliseo Alberto, José Lorenzo Fuentes, Jesús Díaz, Norberto Fuentes.
Escritores silenciados o apartados: Francisco Riverón Hernández, Agustín Acosta, José Yánez, Alberto Rocasolano, Rafael Alcides Pérez, Héctor Zumbado y muchos otros.
Jóvenes poetas desarraigados en el exilio: Eduardo Lolo, Francisco Mesa Rollé, Gladys Zaldívar, José Mario y otros.
Escritor fusilado en 1971: Nelson Rodríguez, 33 años, autor del libro El Regalo, publicado en Ediciones R en 1964, además de otras obras aún inéditas.
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