Que la UMAP no sea olvidada

Alguien me comentó no hace mucho que, ante un nutrido grupo de muchachos gay que marchaban contentos por una avenida de la capital, portando banderas de varios colores, acompañados de la hija del General Raúl Castro, le preguntó a uno de ellos si sabía lo que eran las UMAP. Sorprendido, solo atinó a decir, sonriendo, mientras se alejaba que de eso ya nadie se acordaba.

Artículo sobre la UMAP. Foto: cortesía de la autora
Artículo sobre la UMAP. Foto: cortesía de la autora

Han transcurrido más de cincuenta años. Aquellos muchachos sin memoria no habían nacido y las víctimas, los sobrevivientes de las Unidades de Ayuda a la Producción (UMAP) hoy serían tal vez ancianos desmemoriados o estarían muertos sabe Dios dónde.

Pero yo me acuerdo de todo. Cierro los ojos y veo ante mí la figura rechoncha y alterada de un militar, dando puñetazos sobre un buró, diciéndome que en las UMAP no se maltrataba a nadie y que yo, como revolucionaria, tenía que estar de acuerdo con todo lo que decidiera la Revolución.

Las UMAP tuvieron su fecha exacta de aparición. Se sabe además dónde, cómo y por qué surgieron.

Es muy posible que se supiera de las UMAP, incluso un poco antes de crearse como campo de concentración, cuando el régimen anunció en la prensa oficial el primer llamado o recogida de jóvenes, exactamente entre marzo y abril de 1965.

En la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, por los pasillos y en voz baja, muchos expresaban su desconformidad. Otros temían ser víctimas del segundo llamado.

Fue así que se supo, a partir de algunos escritores cercanos a la alta dirigencia política, que Raúl Castro, jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Comandante Ramiro Valdés, jefe del Ministerio del Interior, habían realizado un viaje a Bulgaria y a la China comunista en busca de la solución que ante “el problema” que representaban los homosexuales cubanos.

Raúl fue a Bulgaria. Allí se reunió con los máximos líderes comunistas, quienes le aseguraron que en Sofía ya no se veían homosexuales por las calles. Los habían enviado a campos de trabajos forzados para convertirlos en hombres o, simplemente, habían sido exterminados para siempre.

“¿Para siempre?”, peguntó Raúl intrigado. “Para siempre”, respondieron los búlgaros. “Hemos limpiado a Bulgaria de esos desechos sociales.”

De regreso a Cuba, Raúl llamó a su fiel compañero Ramiro Valdés, quien le traía buenas noticias de la República Popular China.

Viendo Ramiro la ansiedad de Raúl, le dijo rápidamente:

“Me entrevisté con el alcalde de Shanghái. Me explicó lo que han hecho con los homosexuales y los disidentes. Durante las fiestas tradicionales usaban a militantes comunistas forzudos para pegarles y echarlos a un río cercano”.

“¿Pegarles?”, quiso saber más Raúl. “Les caían a estacazos en la confusión de las fiestas y los lanzaban al río”, contestó Valdés.

Contaban los escritores que Raúl, pese a estar impresionado, sonreía y dijo:

“Ya sé lo que haremos. La fórmula búlgara es la mejor: los convertiremos en militares a las buenas o a las malas. Entrarán al Servicio Militar Obligatorio y de allí saldrán hombres”.

Algunas cifras estipulan que entre 1965 y 1966, cerca de 35 mil reclusos, entre creyentes religiosos, Testigos de Jehová, disidentes y sobre todo homosexuales, estuvieron distribuidos en varias zonas de la provincia de Camagüey. La fachada para el mundo era que pertenecían al Servicio Militar Obligatorio.

A pesar de que el objetivo principal de este siniestro y vil proyecto no era matar a estos hombres, sino erradicar la homosexualidad masculina (algo tan antiguo como la vida misma), de esos 35 mil reclusos, 500 homosexuales terminaron bajo tratamiento psiquiátrico, 180 se suicidaron y setenta murieron a consecuencia de las torturas.

En 2011 Mariela Castro Espín, hija de Raúl y directora del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), prometió que se haría una investigación a fondo sobre las consecuencias de las UMAP. Sin embargo, han transcurrido ya siete años de dicho anuncio y no se ha hecho mucho.

Es ahora el momento idóneo para que el General Raúl Castro y el Comandante Valdés, autores de esta parte tan lamentable de la Historia, pidan perdón. En vez de recibir distinciones, títulos o medallas, pedir perdón. A un paso de su salida de la presidencia, en el caso de Raúl Castro, sí, pedir perdón.

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