Caridad Hernández Carlos es una anciana que desde hace más de 60 años vive en la calle Campo Santo de la Ciudad de Camagüey. Caridad, o Cachita, como suelen llamarla sus amigos, es una artista plástica graduada en la Academia de San Alejandro en La Habana. Un rostro deformado desde su infancia, una casa vieja que amenaza con desmoronarse y paredes grises adornadas por lienzos que denotan sufrimientos reales son el primer paso para adentrarse en su mundo interior.

Ella se reinventa historias constantemente que tienen que ver con el amor, con las pasiones insomnes que reedita en su cabeza, marcando todo el dolor de las experiencias alcanzadas para desbordar en sus pinturas. Nicolás Abrasnabi es un personaje de su ficción con el cual mantiene una relación sentimental que la invade, provoca falsas alegrías y sensaciones de felicidad que de repente se desvanecen. Caridad es una mujer que, a través de los desvaríos de su cerebro y de su historia personal, construye discursos artísticos con una fuerza figurativa y conceptual que desgarra el intelecto de quien mira. Y es que el mundo personal de esta mujer es lo figurativo vomitado desde rincones de su extrema alienación y dolores, aglomerados por vicios, penurias y virtudes.

Temperas, acrílicos, tinta de zapato, excremento, fango, sangre, son algunos de los materiales usados por Caridad en sus pinturas; los soportes: paredes, lienzos, cartones, tablas. Y es que la soledad y el desamparo rebasan lo soportable en la vida de esta mujer, la miseria excede lo creíble dejando un atisbo surreal. Cada trazo pictórico salido del dedo o pincel de Caridad es un mordisco dado a sí misma, una especie de antropofagia para arrancar el dolor y desarraigo del olvido. La obsesión de pintar radica en la necesidad de expresarse, es la mutilación de la palabra, la imposibilidad de ser escuchada desde la voz. Un mal este enraizado en la realidad cubana desde hace mucho tiempo. La UNEAC (Unión de Escritores y artistas de Cuba), órgano gubernamental que se ocupa de los artistas cubanos, le facilita mensualmente 625 pesos cubanos, que bien pudieran satisfacer una quincena de alimentación para una persona. Por lo demás, el mutismo, la indiferencia.

El mundo real fuera de su cerebro es imposible de ser entendido por Caridad. Presa del abandono de su esposo y de su hijo, así como de la incapacidad de entender la lógica del entorno, la escasez de casi todo, la ideologización, la falta de valores y derechos, hacen de Caridad en un ser obsoleto en este contexto cubano concreto, fí- sico y diario, en ocasiones feroz. Caridad es una especie de viajero intemporal que está al margen de lo exterior, pero dentro de su propio universo personal y mágico. Para ella la realidad política del país o el planeta carecen de sentido y comprensión, pues su aquí y ahora es la supervivencia de sus ideas ligadas a su historia personal y a su pintura. Caridad, como tantas otras mujeres cubanas, contaba con el impulso creativo, pero se vió limitada y en ocasiones ahogada dentro de sus propios sueños de realización por un límite invisible, impuesto por una realidad esquemática y descarnada, apática y sin futuro.

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