Sonia Garro: 2 AÑOS, 9 MESES, Y 20 DÍAS

Sonia Garro / A. Koleman
Sonia Garro / A. Koleman

Sonia Garro (Rancho Boyeros, La Habana, 1975) se orienta con una sorprendente facilidad en Praga, a pesar de ser la primera vez que viaja a un país extranjero. Dice que es porque está acostumbrada a tomar puntos de referencia con rapidez. En Cuba, a menudo la policía política la detiene, la mete en un coche y, después de amenazarla durante unas horas, la suelta en algún lugar perdido en los suburbios de La Habana. “Tuve que aprender a recordar de algún modo el camino de vuelta”, afirma.

Esta práctica, típica en el trato que recibe la oposición cubana por parte de los agentes de la Seguridad del Estado, le sucedía con relativa frecuencia antes de que la detuviesen el 12 de marzo de 2012. “Aquella mañana habíamos realizado una protesta en el poblado de Marianao, donde vivo. Yo había colgado carteles por el barrio y había marchado a la cabeza de un grupo de gente, exigiendo el respeto por los derechos humanos. Las brigadas de respuesta rápida rodearon mi casa, pero la gente del barrio impidió que entrasen y me detuvieran. A la una de tarde ya se habían ido y todo estaba tranquilo, pero a las tres irrumpieron de nuevo, armados con escopetas; yo recibí un disparo en la pierna y me desmayé.”

Sonia fue acusada de un delito de atentado y llevada a la prisión de mujeres de occidente, conocida como Manto Negro, donde ha pasado casi tres años, exactamente “2 años, 9 meses y 20 días”, como repite orgullosa y tranquila a todo el que le pregunta por su estancia en prisión, como si cada día entre rejas fuese para ella una muesca en el revólver. “El 9 de diciembre de 2014 me pusieron en libertad y firmé un documento de la fiscalía donde consta que no cometí ningún delito”, dice,  “la misma fiscalía que pidió para mí 10 años de cárcel”.

Sonia cuenta que fue expulsada de su trabajo como técnico de laboratorio en 2006,  poco después de unirse a las Damas de Blanco. “Desde ese momento, y hasta el día de mi detención, sufrí presiones continuas por parte de la Seguridad del Estado”, comenta Sonia, y explica a continuación cómo funcionan los mecanismos del gobierno para que cualquier cubano o cubana que coquetea con la oposición ceda en su empeño: “Primero te empiezan a dar avisos: se acercan a ti a través de personas conocidas, que te sugieren amablemente que dejes las actividades ‘contrarrevolucionarias’; luego llegan las amenazas desagradables por parte de desconocidos, y después la expulsión del trabajo”. Sin embargo, si el opositor sigue sin entrar en razón, empezará a ver las consecuencias en sus familiares más cercanos. “Lo que más me duele es que hayan impedido que mi hija estudie sólo por ser mi hija; todo lo demás se puede soportar: el daño físico, la cárcel…, pero no que le hayan quitado el futuro a mi hija”.

La hija de Sonia, Elaine, tiene 19 años, pero aparenta muchos menos. Nació con poco más de 6 meses y estuvo a punto de morir. Sonia cuenta que sufrió tanto, que decidió no tener más hijos, y se dedicó a cuidar a Elaine, cuya situación de dependencia se intensificó cuando fue expulsada del colegio, y que se ha exagerado tras la prolongada estancia de su madre en la cárcel. Ahora no se separan ni un minuto.

“Los presos en Cuba no son tratados como personas, sino como perros”, continúa Sonia, que pasó la mayoría de la estancia en celdas de aislamiento, donde no existía el riesgo de que alborotase a las otras reclusas. No es la primera vez que un opositor cubano que ha pasado por la cárcel comenta los gestos de simpatía por parte de los presos comunes, que admiran a los prisioneros políticos y empatizan con ellos hasta el punto de protegerlos o incluso pedirles consejo en determinadas situaciones. Además, Sonia recuerda el apoyo de uno de los médicos que tuvo: “Se preocupaba verdaderamente por nosotras y sufría porque nunca nos daban los tratamientos que nos recetaba. Realmente se veía que quería hacer tantas cosas que no estaban en sus manos…”

Debido a las condiciones higiénicas y a la falta de medicinas, Sonia no consiguió que sanase bien su herida de la pierna -aquella producida por un disparo durante su detención-, y desarrolló diabetes y anemia. Ni siquiera le dieron ningún medicamento cuando la llevaron al hospital, en abril de 2013, coincidiendo con aquella famosa apertura de las cárceles cubanas a la prensa internacional. “Cuando me llevaron de vuelta a la cárcel, las reclusas me contaron que sólo me habían llevado al hospital para que la prensa no me viera allí”, afirma.

Sonia cree saber por qué la metieron en la cárcel a ella, y no a otra de sus compañeras de activismo. Recuerda un acto que molestó mucho a la Seguridad del Estado: una protesta que realizó junto a otras 6 mujeres en 2011. Juntas marcharon a la llamada Tribuna Antimperialista José Martí, situada al final del Malecón, donde suelen realizarse manifestaciones públicas de apoyo al gobierno. Sonia izó un cartel en defensa de los derechos humanos en uno de los mástiles. “La Seguridad del Estado pensó que era yo la líder de la protesta y a partir de ese momento la persecución fue más intensa. Fue después de aquello cuando me amenazaron con que mi hija no podría seguir estudiando y con que me procesarían. Cumplieron las dos cosas”, sentencia. Tampoco ayudó que Sonia continuase organizando seminarios en su vivienda, a los que solían acudir muchos vecinos y en los que se trataba sobre todo el problema de discriminación racial en el país.

Fuera de la prisión, Sonia intenta continuar con su vida allí donde la dejó. Seguirá organizando charlas y protestas en una Cuba que ya ha empezado a cambiar vertiginosamente, aunque no se sepa aún bien en qué dirección. Claudio Fuentes, fotógrafo cubano dedicado en los últimos meses a retratar a las Damas de Blanco tanto en sus actividades públicas como en su vida privada, hace hincapié en que lo más difícil en la vida de estas mujeres no es sufrir los abusos de la seguridad del Estado, sino ganarse la vida día a día, viviendo algunas de ellas en condiciones muy cercanas a la miseria. El caso de Sonia no es diferente, ella y su hija sobreviven vendiendo dulces caseros. “Pienso seguir ganándome la vida de este modo, porque no quiero aceptar dinero de Miami”, asegura Sonia. “Cuando las organizaciones de Miami te dan dinero, te exigen decir y hacer lo que ellos quieren, y yo quiero hacer y decir lo que pienso y lo que creo. Desde una posición de comodidad como la suya, es muy fácil decirle a la gente lo que tiene que hacer”, afirma.

Sonia está más que convencida de que va a continuar con las Damas de Blanco y con su activismo dentro de la isla: “Claro que seguiré teniendo problemas; todo aquel que actúa en contra del gobierno en Cuba tiene problemas”, asegura. No quiere exiliarse y dice que no parará hasta que no quede ni un solo preso político en las cárceles cubanas y se respeten los derechos humanos. ¿Y si esto llega algún día? “Pues volveré a mi trabajo como técnico de laboratorio, que es para lo que estudié”. ¿Y no tienes miedo? “Por supuesto que tengo miedo. El que te diga en Cuba que no tiene miedo, miente”.

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