La lucha cubana por salvar la vida

Ahora que el nuevo presidente de Cuba Miguel Díaz Canel ha instaurado la batalla por defender los derechos del consumidor, ¿sería posible que el gobierno revolucionario tomara nota del desastre existente en algunos rubros de servicios?

Cerveza cubana. Foto: PIN
Cerveza cubana. Foto: PIN

En una visita al restaurante del Círculo Social Obrero Marcelo Salado, me senté junto a un trabajador retirado de la gastronomía que había ido al lugar “para ahorrarse tiempo en la cocina, comprar la comida hecha y poder ver el partido de futbol». Sin embargo, dijo haber desperdiciado horas esperando por el pedido y al final resultó una batalla perdida.

“Fui por muchos años chef de cocina y capitán de salón”, dijo el hombre, sentado en la mesa 6 de la primera fila. Desde allí advertíamos el ir y venir de los trabajadores con los ingredientes de cocina.

De las 18 mesas del restaurante solo 10 estaban ocupadas. El servicio comenzó con una hora de retraso. Había una sola camarera, una joven recién incorporada al Círculo que adolecía de rapidez y presteza. En cada pedido consultaba con otra empleada que, sentada en la entrada de la cocina, llevaba el conteo de los platos y el cobro de la cuenta.

“Puedo hacerte un listado de violaciones de las normas técnicas que he visto cometerse desde que estoy sentado aquí”, dijo el alguna vez chef y capitán de salón que, a las claras, intentaba controlar su mal humor. “La primera es que no hay carta, para que los comensales conozcan el menú y los precios. La segunda violación es que la camarera tampoco informa el precio de los platos y dice que hay vianda, la cobra pero no la sirve. Son dos cervezas por cada plato fuerte y sólo sirven una, la otra se la quedan para ellos. Y lo peor de todo, en un restaurante donde se respete, lo primero que sirven es el agua. Aquí la sirven de último y sólo si la pides”.

El menú del día consistía en estofado de res, picadillo de pollo y salchichas en salsa, arroz amarillo y vianda de estación. Al estofado de res podían acceder únicamente las primeras siete mesas, el resto de los comensales tuvieron que suscribirse al picadillo de pollo o a las salchichas. Un hombre sentado con la familia en la mesa trece, luego de una espera de horas, se levantó enfurecido y le dijo a los suyos:

“¡Vámonos, no vinimos de La Lisa hasta aquí a comer picadillo!”

Aunque la vianda no apareció por ningún lado y era cobrada en la cuenta, ningún comensal protestó porque todos estaban demasiado enfrascados en consumir la segunda cerveza  del plato fuerte. Sólo lo consiguieron quienes conocían a la camarera, además de un cliente que puso cara pesada y amenazó con llamar al administrador.

“Me he perdido miserablemente el partido de futbol”, confesó el antiguo gastronómico. Aunque su mesa teóricamente alcanzaba el estofado de res, cuando la camarera vino con los platos se disculpó y dijo que en la cocina detectaron que sólo quedaba picadillo y salchichas, por lo que el hombre tuvo que decidirse por las salchichas.

Tampoco había cambio para su billete de 50 pesos y le dijo a la camarera con sarcasmo que lo tomara como “propina por el buen servicio”.

Nos encontramos a la salida del restaurante. Por su experiencia en el giro, quise conocer sobre más violaciones al derecho del consumidor observado en esa tarde aciaga. El hombre me dijo:

“El gran problema del restaurante y de los sitios de Cuba donde hoy se brinda servicio es que todo el mundo ‘está en la lucha’. De ahí sale el robo y, por consiguiente, el maltrato al consumidor. ¿Viste cómo no alcancé el estofado de res y pedí salchichas? Bueno, al final me trajeron arroz amarillo con picadillo. Pero a estas alturas, ¿qué voy a reclamar? Tengo que apurarme a ver si consigo ver el final del partido de fútbol. Además, me estoy recuperando de un infarto, precisamente por coger lucha con la vida”.

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