Noventa, veinticinco, veintiséis

Cinco días después del anuncio de la muerte de Fidel, en La Habana o en cualquier rincón del país, se respiraba un ambiente de duelo y luto. Los seis canales de la televisión nacional, todos en cadena, transmitían y retransmitían programas sobre el “Máximo Líder”, “Padre de la Revolución”, mientras su cuerpo regresaba en la caravana a Santiago para su descanso final.

Imagen: La bolita cubana
Imagen: La bolita cubana

En la calle los adjetivos con que pudiera enmarcarse el ambiente social desde ese hecho por demás particular, son incertidumbre y consternación. Nadie quiere hablar mucho del asunto. Insisto con uno de los cocineros del Círculo Social Los Marinos, que tanto hablaba de que cuando muriera Fidel, esto y lo otro iba a cambiar. Hoy le pregunto: “¿y ahora, qué?”. Su respuesta no es otra que “nada, esto no cambia nada, aunque quizás la cosa pudiera empeorar”.

Imágenes inéditas y otras que se han visto muchas veces, van rememorando en la televisión las aristas de este hombre, que reposará junto a José Martí. Pareciera que, además de asignarse durante cincuenta y ocho años el total protagonismo de la nación, amenazara con instituirse como legado.

A Elíades, de 85 años de edad y jubilado del sector de comercio, la noticia no acaba de pasarle. “He escuchado sobre la muerte de Fidel tantas veces, que todavía no digiero esta, la verdadera. Me parece que está en algún sitio escondido, viéndolo todo, escuchando qué y quién habla de él… para después actuar”.

Fayula es ciego y vende confituras en la calle. Además de llevar a cabo un oficio ilegal, que no le alcanza más que para su cajita de comida y sus cigarros, juega regularmente a la bolita (la lotería de Miami, ilegal en Cuba). Si acierta algún número, esto le reporta un descanso a sus caminatas bajo el sol, pregonando su oferta del día, ayudado de su bastón, atento a las señales de la vida para sacar las cábalas.

Le pregunto a Fayula su opinión sobre la muerte del Comandante y me dice: “Fíjate si es grande, que un día después de su muerte arruinó a todos los bancos de la bolita. La misma noche de su muerte salió el noventa (su edad), el veinticinco (el día de su muerte) y el veintiséis (el año en que nació). Solo por eso, mucha gente ganó. ¿Qué te parece? Ayer además echaron el uno que es caballo (su sobrenombre), el ochenta y ocho (el muerto grande), y el noventa y tres (la revolución). Los bancos tuvieron otra vez que pedir préstamos para pagarle los premios a los ganadores”.

La bolita es un juego prohibido en Cuba. Apostar en ella es un delito por el que han cumplido condenas de prisión miles de banqueros y recogedores a lo largo de estos años de socialismo. Es sin duda una válvula de escape para paliar la crisis económica que atraviesa el país desde hace décadas. Acertar un número resulta en una ayuda insoslayable al salario incompetente que se percibe oficialmente.

Por otra parte este juego es una tradición arraigada en los pueblos de la Cuba profunda. Ni las leyes revolucionarias ni la represión han podido eliminarlo. Ha tenido un resurgimiento notable en los últimos tiempos, tanto que pareciera rondar el campo de lo permisible. Según las palabras textuales de Fayula: “Quién sabe. Sin Fidel quizás ya no sea tan perseguida, ni tan condenable, y un día vuelva a ser un ejercicio del divertimento y entretenimiento social que, como en otros países, además de dejarle ganancias al Estado añade dividendos a los individuos. Ojalá la gente en Cuba pueda jugarla otra vez, libremente, como muchas otras cosas”.

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