Un cubano que viaja al extranjero

Armando Rey, 50 años, natural de La Habana, era uno de los tantos cubanos que pensaban que su vida se extinguiría sin conocer otro país.

Pero la suspensión de la “Tarjeta blanca”por parte del gobierno coincidió con una invitación a Buenos Aires y en poco tiempo se vio montado en un avión dispuesto a conocer el mundo. Cuenta que todo lo deslumbró, desde la sensación de grandeza producto de la altura, hasta los tres grados centígrados anunciados por el capitán de la nave al tocar suelo argentino.

Foto: PIN
Foto: PIN

Para el viaje le habían prestado una vieja maleta rusa y su primer contratiempo lo sufrió en el momento de facturar en el aeropuerto José Martí. Debido al aumento de la inmigración, un día antes Colombia había decidido exigir a los cubanos el visado de tránsito. Obviamente, no lo tenía. Casi se desploma al pensar en que su sueño no se iba a realizar.

Un supervisor salió en su ayuda y ordenó que le cambiaran el boleto vía Perú, por lo que tuvo que correr hasta un avión a punto de despegar. Llegó, pero fue ahí donde comenzó la odisea de la maleta: perdió las rueditas.

Llegó a Buenos Aires antes de la hora fijada. Tuvo que esperar que sus anfitriones fueran a buscarlo al amanecer. “Al ver tantas bellas maletas me dio pena la mía y la puse en un rincón, pero acurruqué en un banco cercano donde pudiera vigilarla. El frío me estaba matando, no llevaba abrigo. De pronto se formó un alboroto en el aeropuerto y militares armados y con perros comenzaron a dar vueltas alrededor de mi maleta”.

Dice Armando que creyó se debía al deterioro y la falta de las ruedas, una ofensa a la perfección del entorno, pero al confesar que era suya los militares le increparon: “¡¿Usted no sabe que una maleta abandonada en un aeropuerto, es el indicio más claro de un ataque terrorista?!”.

“Soy cubano”, dijo Armando, como si ser cubano fuese una disculpa.

Cuando al fin los anfitriones lo recogieron y lo llevaron al hotel, los rascacielos y la inmensa urbe bonaerense terminaron por marearlo. “Parecía una hormiga. Es lo más grande que he visto”, asegura.

No quiere relatar con detalles toda su fascinación. Reconoce que aunque es un habanero legítimo, parecía en Buenos Aires un guajiro de monte adentro. “Cometí tantas torpezas que mejor lo dejamos a la imaginación. Lo tragicómico sucedió a mi regreso, cuando los regalos desbordaron la maleta, que casi no cerraba; también había perdido el asa y tuve que llevarla arrastrada por el piso, empujándola. La gente me miraba asombrada como diciendo: Esto qué es, ¿una cámara oculta?”

Nueve horas estuvo en el aeropuerto de Perú en la escala de regreso y casi se vuelve loco dando vueltas como un zombi, ensimismado en el mundo capitalista. Cuando le dio hambre recordó las necesidades que le esperaban en casa y eso le quitó las ganas de gastar semejante dinero en un café. Cuando llegó por fin a La Habana le esperaba la sorpresa final: su maleta no aparecía. Pero al cabo de una hora, cuando todos los pasajeros se marchaban, quedó un bulto de nylon dando vueltas por la estera. Después de observarlo en varias pasadas se aventuró a recogerlo. Al abrirlo, efectivamente, estaba su maleta, con una etiqueta que decía: “Equipaje en estado inseguro”. Al pasar por la pesa arrastrando aquel bulto, tuvo que desembolsar varios dolaritos que le dolieron en el alma. Para colmo el taxi le dio una mordida final. La inversión en un viaje es siempre de tiempo y dinero imprevistos.

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