Las dos caras de La Habana

Las instituciones estatales responsables de la higiene y embellecimiento de la ciudad le dan atención diferenciada tanto a las zonas turísticas, como a las áreas donde vive la cúpula gobernante. Definitivamente, esto es un hecho.

En la reciente reunión del Consejo de Ministros, Raúl Castro expresó: “tenemos que desarrollarnos […] tenemos la posibilidad de hacerlo, en el turismo, porque cada hotel que terminamos es una fábrica abierta”. Por ello, desde ya hace varios años el gobierno cubano prioriza las inversiones en el sector turístico porque es el que aporta las más abundantes divisas: 3 millones de turistas en 2015, según el periódico Juventud Rebelde.

Roberto Rodríguez Cardona / La Habana
Roberto Rodríguez Cardona / La Habana

Cuba ofrece posibilidades para el turismo en casi todas sus provincias y cuenta con más de 335 hoteles de cuatro y cinco estrellas. Sin embargo, la mayoría de los viajeros escoge como destino turístico La Habana porque la propaganda castrista la presenta como una Habana nueva, emergida sobre las ruinas y restaurada frente el “paso inexorable de los años”. Así, se promueven lugares de interés turístico como el cabaret Tropicana con sus fastuosos espectáculos, el centro histórico en la Habana Vieja, declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO, el restaurante Floridita con su famoso daiquiri a lo Hemingway, y la Bodeguita del Medio con su mojito y sus agradables olores a mariscos y puerco asado.

No resulta extraño entonces que muchos jóvenes aspiren a trabajar en el sector turístico puesto que, además de ser el mejor remunerado, les ofrece una especie de estatus superior al de la mayoría de los trabajadores. Es un secreto a voces que una plaza en el área de turismo se cotiza entre 200 y 500 CUC. Un joven ingeniero mecánico, actualmente parqueador de un concurrido hotel, recuerda que cuando trabajaba en una empresa de transporte recibió como premio por una innovación que le ahorró no pocas divisas al país, un diploma y una motocicleta barata. Punto. El salario no le cubría entonces los gastos mensuales básicos, pero desde que se compró la plaza de parqueador sí vive algo mejor y, lo más importante, es que ya está dentro del sector y tiene posibilidades de mejorar su situación aún más.

Ignacio es técnico medio en cocina, graduado del Instituto Tecnológico José Martí. Cuando trabajaba como cocinero en un centro de elaboración del Ministerio de Educación muchas veces tenía que llevar sus propios condimentos y, como el salario era muy bajo, “rapiñaba” las sobras para vendérselas a los criadores de cerdos. Desde que trabaja en un restaurante orientado al turismo, tiene un mejor salario, cuenta con los insumos e ingredientes necesarios para cocinar una buena comida y, además, siempre “se le pega” algo que llevar a la casa, lo cual no es un detalle menor.

Pero estamos hablando de una Habana virtual: la que se le ofrece al turista. La verdadera Habana es una ciudad en penumbras, de calles y aceras desbaratadas, inundada de aguas albañales cuya pestilencia se confunde con la de los vertederos de basura sin recoger durante varios días. Una Habana que no recibe la atención necesaria, con una población envejecida que deambula por las calles con ropas raídas, con exiguas pensiones y espantada ante el aumento de los precios de los alimentos.

La capital de todos los cubanos, con cerca de medio millón de habitantes ilegales que vienen de otras provincias, se va llenando de barrios al estilo de villas miseria, de barrios insalubres de casuchas construidas en su mayoría con materiales de desecho, sin agua potable ni alcantarillado. La Habana real, la ruinosa, la destruida, está habitada por un pueblo cansado que poco a poco, muy lentamente, va perdiendo el miedo.

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