Catalina cumplió cuarenta años y como siempre el día pasó inadvertido. Desde la muerte de su esposo en el mar, en una balsa precaria intentando cruzar el estrecho de la Florida, su vida se ha convertido en una ruina.

Con tres hijos, Pablo, Clara y Serafín, y la lucha incesante por sobrevivir, el día a día  ha ido apagando a aquella muchacha emprendedora, que soñaba con ser alguien en la vida. No pudo terminar la universidad por embarazarse y se casó con Noel, que venía con el historial de héroe en Angola, uno de los jefes del pelotón de artillería reactiva que puso en desbandada a las tropas sudafricanas en Cuito.

by CubaRaw
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Catalina militó en el comité de base de la juventud comunista junto a Noel, cuando trabajaron en la empresa de alimentos, pero por reducción de plantilla fueron cesados. Ella volvió a parir y Noel comenzó a amasar  la idea de irse del país en una balsa. El primero intento fue fallido: la policía incautó el artefacto de poliespuma y  mantuvo a su marido preso por seis días.

Al salir en libertad, comenzó a preparar otro intento. Al mes logró tirarse  al mar en un bote de corcho, con Papo el Negro y la Superabuela, pero a quince millas Papo comenzó a delirar y obligó a la tripulación regresar a tierra. En febrero, Noel lo intentó de nuevo, se tiró con sus amigos el Rasta, el Bemba, el Sordo,   y  el Artístico, pero el motor se averió y se partieron los remos. El guardacostas cubano los llevó hasta el puesto de guardacostas y los devolvieron a sus casas.

Sin embargo, en su cuarto intento la suerte se negó a acompañarlo y se ahogó a sesenta millas, en medio de una tormenta. El Sordo, que iba en la embarcación y pudo llegar a Miami les escribió a los familiares: “Noel se comportó como un hombre hasta el último instante, cuando se lo tragaron las olas”.

Catalina estaba embarazada y casi de milagro se repuso a la tragedia. Parió a Serafín y luchó desde ese día  como una mambí en medio  del periodo súper especial que vive la isla.  Los días se le van corriendo del puesto de viandas a la bodega, a la carnicería, a la escuela, inventando el dinero para mantener a la familia, vendiendo trapos de cocina que cose por la noche  cuando los niños se duermen, revendiendo  confituras, o lo que aparezca.

“Quisiera leer un libro… visitar un museo, ver un ballet… ¿pero en qué tiempo? Ayer Serafín se quejó del sabor de  la leche y tiró el biberón. Pablo y Clara refunfuñaron por el almuerzo tan soso que les inventé. No tengo jabón para lavar los uniformes. Ni para bañar a los niños. Por la tarde no sé qué voy a cocinar. En esta semana no he podido vender ni un solo trapo de cocina. La guerra nuclear que tanto anuncian y que el mundo tanto teme no es más que un simple cohetico, comparada a estos cincuenta años de socialismo” dice.

 

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